Odio la lluvia. Las gotas golpean persistentemente el cristal de la ventana que esta enfrente de mis ojos, como recordándome su existencia. Recordándome que es necesaria, por mucho que yo me empeñe en mostrarle mi desagrado cada vez que la veo, en pequeños fragmentos, bajar hasta caer derrotada en su vano intento por perforar el suelo.
Y es que la lluvia es triste. Saca el lado más melancólico de nosotros cada vez que dos nubes chocan, llorando. Nunca me ha gustado mojarme con lágrimas ajenas, así que siempre permanezco en casa cuando allí fuera el sol desaparece.
Y no es que le tenga miedo. Más bien todo lo contrario, ya que en ocasiones una media sonrisa maquilla mi boca cuando me descubro en mi memoria, mucho más joven, saliendo a la calle y gritándole al cielo que si él disfrutaba privándome de mi libertad. Pero de aquello hace demasiado tiempo.
Hoy estoy viejo. Las canas salpican como si de un chaparrón se tratase mi desgastada cabellera, las arrugas fueron adquiridas hace mucho por mi piel como elemento decorativo y mi amor por los deportes de riesgo se convirtió en uno de los elementos que pueblan esa lista de cosas por hacer en mi segunda vida.
Mi mayor entretenimiento es observar a través de mi ventana como el aguacero causa estragos en la sociedad. En ver, una y otra vez a través de mi ventana como todos salen corriendo cuando notan que el diluvio ha comenzado.
Creo que ya hay poca gente a la que le guste la lluvia. Algunos románticos aún dicen que les inspira. Pero es mentira, porque lo que les hace imaginar un mundo alternativo es el aburrimiento que acompaña de la mano a esas horas muertas provocadas, como no, por la larga espera a que fuera de las cuatro paredes de su recinto mental escampe.
Pero por mucho que yo profese mi argumentado sentimiento hacia la tormenta, ella es necesaria. Porque aunque me quiera morder la lengua al pensarlo, sin ella no estaría vivo. Y por eso la amo, porque me ha dado la oportunidad de nacer, y de morir, con la existencia que eso conlleva.
Por eso hoy, aunque pueda carecer de sentido, le dedico estas palabras a la lluvia. Al agua. Por la oportunidad que me brinda de estar aquí sentado, observándola desaparecer en cuestión de segundos de mi ventana, para darse de bruces con el mundo civilizado.
Alejandro Berraquero a 19 de Mayo de 2013
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