El que inventó el término de "no muertos", ese que tantos libros y películas ha acaparado, no tenía mucha imaginación, pero sabía observar. Porque así es como pasa la gente su vida. No están muertos, pero tampoco están vivos. Andan por la ciudad como autómatas, conducen como si fuesen únicamente una extensión del coche y piensan como si fuesen una pieza más del tablero de un juego absurdo.
Se dejan moldear al antojo de quién se proclama superior al resto, y sus pensamientos son fácilmente influenciables por los medios de comunicación, la música o la política.
¿Los humanos son inteligentes? Piensa por ti mismo, yo no te daré la respuesta.
Su inteligencia está principalmente enfocada a la violencia. La violencia en general, desde la fabricación de armas hasta los deportes en los que la única finalidad es dejar al otro inconsciente. Crear dolor, hacer sufrir. Ese parece el objetivo de su inteligencia.
Incluso el ajedrez es una pelea. Una pelea intelectual, sí, pero en él dos personas se enfrentan, representando una batalla en la que se demuestra quién es mejor que el otro.
¿La inteligencia enfocada a causar el mal en otro ser es inteligencia? Piénsalo por ti mismo, yo no te daré la respuesta.
Cuando todo acaba, poco importa lo que se deja atrás. Los que eran tus problemas hoy son un chiste malo que suena lejos, que se pierde en la letanía.
Volver a empezar, eso es lo que quiero, lo que necesito. Porque he pasado mi vida como uno de esos componentes de una sociedad que aplasta la individualidad y condena desde el nacimiento a aquellos que no tienen dinero a una vida mísera y aplastante.
Mi sueño es volver a empezar, demostrarle a todos esos seres que se creen inteligentes que lo están haciendo mal, que su estupidez es la peor del las enfermedades de este mundo civilizado que tanto odio. Que no hay que alimentar el ansia de curiosidad de la civilización con mentiras, guerras ni contaminación acústica. Que la polución, y no me refiero solamente a la emitida por los automóviles, contamina el alma y la Tierra, lugar en el que residimos. Que la existencia no debe basarse únicamente en las clases sociales y que las acciones humanas no deberían de estar siempre motivadas por el dinero o la fama.
Que los asesinos siguen trabajando, a pesar del alto porcentaje de paro que hay tras esta última hecatombe económica.
Por eso hoy no puedo volver a empezar. Por eso no puedo cambiar el mundo, ni llevar a cabo la utopía que describo en esta carta. Y ¿Qué importa la causa de la muerte cuando se está muerto? El resultado es lo que importa.
Y ese resultado me mantiene encerrado entre cuatro paredes, impidiéndome cumplir los sueños que aún hoy me provocan remordimientos. Esos remordimientos que me imponen tener los ojos abiertos, de par en par, observando desde mi lecho el mundo civilizado que tanto odio.
Alejandro Berraquero- 10 de Mayo de 2013
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