martes, 23 de abril de 2013

El Cristal de una Ventana

El sonido de sus pasos me despierta. Algunos dirían que es un ruido vulgar pero para mí es la mejor de las melodías.
Se me erizan los pelos de la nuca, cosa que siempre sucede cuando algo me pone nervioso. Empiezo a holisquear e inmediatamente noto su olor. Esa mezcla de jazmín y canela que me recuerda tanto a ella.
Ella, sinónimo de sigilo y oscuridad. No sé porqué siempre la asocio con estos términos, aunque tengo la certera sospecha de que es debido a que somos metódicos en nuestros encuentros. Siempre el mismo ritual en la calma y la quietud de la noche.

Como es costumbre, al salir de mi caseta la veo sobre los ladrillos del muro que pone fin a la propiedad de mis amos.
Supuestamente mi oficio es el de perro guardián y debería evitar que gatas callejeras como ella se encaramasen a mi territorio.
Pero ella es mi debilidad.
Cuando salgo de mi caseta lo que sucede siempre es lo mismo. Intercambiamos una mirada interminable, en silencio. Siempre nos envuelve ese extraño silencio.
Si sus ojos claros me quieren decir algo, yo ignoro su mensaje. Pero siempre que los miro, me imagino una conversación sin palabras entre dos seres de distintas especies. No sé si yo puedo sentir algo parecido a eso que los seres humanos llaman amor, pero así es como lo interpreto.
Mi maldición es la distancia. No tan solo la referida a la imposibilidad de una verdadera comunicación, sino a la burda distancia física, ya que cada paso que doy hacia donde se encuentra, ella se pierde entre el fondo oscuro y el cielo.
La verdad es que no sé como puedo seguir durmiendo apaciblemente en mi caseta tras su visita.
Pero hace nos meses la ví por última vez, aunque yo no sabía que todo se acabaría tan rápido.
Ocurrió un día de Abril. La lluvia salpicaba el mundo con inusual severidad mientras yo contemplaba el panorama a través de la ventana del cuarto de mis amos.
Entonces sin previo aviso el cielo se despejó y la luz de la luna me la mostró. Ella estaba observandome imperturbable desde la ventana.
Estaba inexplicablemente seca, después de todo lo que había llovido.
Tras unos instantes, decidí aproximarme lentamente a ella.
Me coloqué en equilibrio sobre dos de mis cuatro patas y situé mi rostro frente al suyo. Ella me miró a escasos centímetros, como invitándome a acercarme aún más.
Entonces, con poco esfuerzo, ya que la ventana tenía la cerradura rota, la abrí. Con mi ímpetu, nuestros hocicos chocaron momentáneamente y nuestros ojos destellean al notar el roce, inundando la sala de la luz de nuestras pupilas.
Pero tras este leve contacto, ella se fue, dejándome a solas con mi soledad.
Aún hoy la espero cada día, y su recuerdo me incorpora al escuchar el más mínimo ruido en la quietud de la noche. Y aunque no la veo sé que su sombra está ahí, observándome en silencio, como si el cristal de una ventana nos separase en dos mundos paralelos y muy distintos. Y es que sé que aún está ahí esperándome porque aún huelo su fragancia.
23/Abril/2013

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