Maltrato
Golpeas. No levantas el brazo, pero causas impacto y haces daño.
Tú, la mujer por la que daría la vida, me matas. No me pones la mano encima,
pero siento que la cabeza me va a explotar. Como cada vez que te diriges a mí
siento que la herida de mi pecho se hace más y más grande. Cada palabra que
pronuncias con ese desprecio hace que se me desgarre un trozo de lo que me
queda de alma, mientras tú sonríes, como el peor de los psicópatas al verme
sufrir. Crees que estoy acabado. Pero no te confíes, no me subestimes.
Hace mucho hicimos un pacto con el diablo. Pusimos a Dios por
testigo y nos besamos delante de los asistentes, jurando respetarnos,
protegernos, ayudarnos y amarnos. Hace mucho que rompiste ese pacto. No sé
desde cuando aguanto tus golpes, que uno tras otro me destrozan. Pero sigo en
silencio, por ti.
Sigo manteniendo un silencio que tú rompes sin piedad con tus
insultos.
La verdadera violencia es la psicológica, la que duele en el
corazón. La que hace que las lágrimas que ruedan por las mejillas sepan a sal
al brotar de la mirada sin necesidad del contacto físico.
Hoy lo has vuelto a hacer. Has vuelto a coger un detalle tan
insignificante que no merece la pena ser mencionado. Has provocado otra pelea.
El motivo da igual, pero has vuelto a ser la misma. Cruel. Ese es el adjetivo
que mejor te define.
Hoy, como cada día, lo has vuelto a hacer. Has vuelto a gritarme,
a insultarme, a decir que te prometí un futuro lleno de oportunidades y
solamente te he dado tormentos y malos ratos.
Hoy, como cada día, has vuelto a decir que yo tengo la culpa de
todos tus problemas. Has vuelto a decir que tras la estela de tu sombra muerta
estaré yo para correr el telón de la obra que es tu vida.
Siempre te has creído la más inteligente, aunque supongo que eso
no hace más que demostrar tu locura.
Yo llevo soportando tus malos tratos que me desgarran la piel que
envuelve mi pensamiento diez largos años de matrimonio.
Al menos no tenemos hijos que sufran los daños colaterales de
nuestros actos y eso me consuela.
Pero hoy voy a ponerle fin a mi pasividad.
Hoy tu voz dejará de retumbar en mi cabeza, dejará de hacerme sangrar.
Hoy tu imagen no será más que un recuerdo que poco a poco se irá
borrando.
Porque hoy me siento con fuerzas. Con fuerzas para dejar todo esto
atrás. Para dejar de sobrevivir y empezar a vivir. Para mirar hacia delante,
aunque el futuro sea incierto. Lo único que sé es que nunca volveré a verte ni
a oírte. No volveré a pasar por eso.
No entiendo por qué he seguido durmiendo cada día en el mismo lado
de la cama, junto a ti. Pero creo que es porque pese a todo, aún te quiero como
el primer día.
Hoy he hecho la maleta. He recogido lo pocas pertenencias que se
podría decir que son mías, exceptuando la dignidad que lamentablemente perdí
hace mucho.
Hoy me divorcio de mis sentimientos de esta forma tan cobarde que
es el suicidio emocional gracias a tu maltrato.
Hoy me voy, sin avisar, sin saber a dónde, pero sabiendo muy bien
el porqué.
Y es que creo que aunque yo lo haya dado todo, tú no has dado
nada. Y supongo que eso es lo que más me duele, en el fondo. Amarte y no ser
correspondido.
1/Abril/2013
Alejandro Berraquero
No hay comentarios:
Publicar un comentario