domingo, 15 de diciembre de 2013

Mula de Carga

Estaba desesperada.
Sé que no es excusa para hacer lo que hice y no me siento orgullosa de ello, pero me ofrecieron tres mil euros por transportar droga a través de la frontera, no lo dudé.
Demasiadas deudas impagadas.
Ellos me dijeron que no tenía nada de lo que preocuparme, que había muchos de los suyos en los controles de seguridad del aeropuerto y que nadie me pararía. Que todo iba a salir bien. Que todo estaba controlado.
Cuando me monté en su coche no podía estar más nerviosa. Estaba segura de que acabaría en la cárcel, pero ¿Qué alternativa tenía? En este mundo, si no tienes dinero, no eres nada. Y hemos llegado a un punto en el que estar privado de tu libertad es mejor opción que ser libre si no puedes pagarte tu propia respiración.
Paramos en un motel de carretera. No me fijé en el nombre del hospicio, ni en el kilómetro de la carretera en el que estaba situado, solo en el número de la habitación. Nunca he sido supersticiosa, pero que fuese el trece no me pareció una buena señal.
Una vez cerraron la puerta me desnudé y empezaron a forrarme el cuerpo con droga. Doce kilos repartidos en mis muslos, mi entrepierna, mi espinilla, en la espalda, el abdomen... Incluso aprovecharon el lugar donde debería de ir el cinturón para poner más gramos.
Lo peor era la sensación de agobio. De no poder respirar. Y es que me costaba tanto aprovechar el aire con tanta droga encima que me pasaba segundos sin respirar.
Tras unos minutos de viaje en coche, llegamos al aeropuerto. Me dijeron exactamente que puertas de embarque podía cruzar sin problemas, dado que había gente de su organización. Para que me identificaran solo tenía que llevar una botella de Coca-Cola en la mano. Los detalles son tan importantes que de ellos dependía mi vida. No podía estar más nerviosa.
El objetivo era pasar a la zona de embarque, pero para llegar hasta ella tenía que pasar mi maleta por unos rayos X y mi cuerpo por un detector de metales.
Y todo habría salido genial, sin sustos ni complicaciones si yo no tuviese la manía de ir medianamente presentable allí a dónde voy. Y ese día también quise causar buena impresión.
Y es que cuando una va a pasar kilos de droga de contrabando a través de la frontera, yo quería estar guapa.
Antes era idiota. Demasiado idiota.
Tan idiota que pasé por el detector de metales con un medallón enorme colgando del cuello. Un medallón agarrado a una gruesa cadena metálica.
Lo dicho, idiota.
De la nada empezó a sonar una alarma. Nunca un sonido me ha dado tanto miedo ni me ha hecho temblar tanto.
La mujer que salió también de la nada para cachearme no tendría que haberme puesto la mano encima para saber que llevaba drogas, solo con echar un vistazo a mi estado se habría dado cuenta. Prácticamente ya estaba en la cárcel.
Sé que tocó la droga. Lo sé, estoy segura. Podría jurarlo, y mi cara podría haber escrito un poema tan solo de ver como la mujer se alejaba sonriendo diciendo que todo estaba en orden. Pero ella sabía que yo estaba forrada de estupefacientes. Lo vi en su mirada. Vi el miedo.
En ese momento mi cerebro colapsado no lo pensó, pero luego esa situación me dio mucho que pensar. En su mirada de miedo vi a un mujer amenazada por una sociedad que empuja a las drogas, a olvidarse del mundo, a necesitar matarse poco a poco para que podamos sentirnos vivos.
Aquel día pasé, no acabé en la cárcel. Recibí el dinero prometido a cambio de la droga y un billete de vuelta. Pero cuando cerré la puerta de mi casa y suspiré con alivio supe que nunca más volvería a hacer algo así. Y es que tras tantas horas en silencio mirando a través de una ventanilla situada a kilómetros de altitud, pude pensar tranquila.
Yo nunca volvería a colaborar transportando algo que destrozaría la vida de otra persona. No volvería a llevar a otro país algo que mataría a una madre, un padre o un hijo. Prefiero morirme de hambre antes que quitarle a un adicto el dinero que tiene para comer para que él acabe colocado y muriéndose de hambre. Nunca más en mi vida sería una mula de carga.
Alejandro Berraquero, 15 de Diciembre de 2013
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