viernes, 7 de marzo de 2014

Ministerio de Injusticia


Por Alejandro Berraquero
Primera Carta:
Hola. Me llamo, o quizás para cuando leas esta carta sería más acertado decir que me llamaba, Manuel Espinosa, y dentro de unas horas voy a morir.
Antes de explicar cómo he llegado hasta aquí es necesario que sepáis quién soy, o mejor dicho, cómo soy.
Sinvergüenza, ladrón, mujeriego, cruel, chivato, infiel, deshonesto, egoísta, creído, drogadicto esporádico y vengativo.
Escoge una palabra o todas si quieres a la hora de describirme, ya que cualquiera me definiría a la perfección. Soy una mala persona. No estoy hecho para hacer feliz a los demás con mi presencia sino única y exclusivamente para serlo yo mismo.
Soy abogado, un empleo de lo más respetable si no fuese porque el gabinete en el que trabajo está a sueldo de una importante firma bancaria, concretamente en el área de los desahucios por impago.
Yo hasta este momento he sido el encargado de entrar en la casa de las personas sin fondos en cuestión con una orden judicial en la mano y dos policías escoltándome para señalarles a esas personas la salida de su propio hogar. Todo eso habría seguido siendo de lo más digno y decente si no fuese porque toda la escena anteriormente descrita sucedía mientras en mi boca se tornaba la más amplia de las sonrisas.
Llegados a este punto, otro de los términos que me detallarían sin faltar a la verdad sería el de gilipollas.
Desde que me dedico a esto mi buzón ha estado constantemente plagado de cartas amenazadoras que expresaban de manera muy detallada cómo querían acabar con mi vida. Todas ellas anónimas pero sin duda procedentes de tantas y tantas familias a las que había dejado en la calle siendo extremadamente feliz con ello. Es curioso el daño que puede llegar a causar el sentido del humor.
Hará cosa de un mes recibí una misiva un tanto especial. Era por supuesto un anuncio de asesinato como tantas otras, pero esta me llamó la atención de manera especial porque había sido enviada dentro de un sobre del ministerio de justicia.
Cuando el ministerio te envía una carta, tu nombre aparece mecanografiado en el sobre. En este caso eso había sido arrancado de tal manera que no había manera de distinguir a quién había sido enviada originalmente. Además, en el remite habían sido añadidas las letras i y n en forma de prefijo, quedando grabado el nombre de “Ministerio de Injusticia”.
Al abrirlo y ver qué contenía me quedé sorprendido, ya que tan solo estaban escritas a máquina dos fechas: La de mi nacimiento y, separa por un guión, la prevista fecha de mi muerte por el que había escrito aquello.
Pues bien, pasaron los días y olvidé aquel envío hasta que mi amigo Antonio López me dijo que él había recibido una exactamente igual pero con su propias fechas.
Antonio siempre ha sido mi mejor amigo. Trabajaba en un banco hasta que éste quebró, descubriéndose que había hundido en la miseria a multitud de familias que habían depositado en él su confianza. Por lo tanto, mi amigo Antonio también era el destinatario de multitud de cartas amenazadoras.
Con pena también debo admitir que era, además de una bellísima persona, el marido de la mujer con la cuál yo le ponía los cuernos a la mía.
¿Que por qué lo digo con pena si soy tan mala persona y todo me importa tan poco? Porque el pobre Antonio, padre de familia con dos estupendos hijos, ha aparecido esta madrugada pasada muerto en su casa con un disparo en la sien.
A todos los efectos podría parecer un suicidio, si no fuese por la carta que ambos recibimos y un detalle minúsculo que no paso inadvertido: Antonio era diestro y sin embargo el arma del crimen había sido encontrada en su mano izquierda. Eso dio pié a pensar que todo era un montaje y mi amigo había sido asesinado a sangre fría.
Y pensar que anoche nos reíamos ambos de las cartas mientras nos bebíamos una copa con toda la tranquilidad del mundo dando por hecho que eran mentira...
En cuanto llegó a mis oídos la noticia, le hice saber a la policía que yo había recibido un sobre igual. Mientras escribo esto estoy en mi despacho cerrado a cal y canto con un par de agentes haciéndome compañía mientras otros compañeros suyos hacen vigilancia en la zona.
Dado que en unos minutos será medianoche y por lo tanto la fecha de mi muerte, y puesto que tengo miedo a que un hombre irrumpa en la habitación y me asesine, apuro la tinta del bolígrafo para arrepentirme y pedir perdón de corazón, un órgano del cuerpo del que hasta ahora parecía que carecía.
Siento mucho todo el mal que he causado con mi vida, firmado: Manuel Espinosa.
Segunda Carta:
Soy Antonio López y esta es mi nota de suicidio que en unos minutos arderá en la chimenea que me da el calor necesario para escribirla en esta noche de invierno. ¿Que por qué la escribo si la voy a quemar? Porque tengo el convencimiento de que para desahogarme y poder irme en paz tengo que confesarme, aunque solo sea a un simple trozo de papel.
Mi vida es un infierno. Hace unos meses me quedé sin empleo, no sin antes haber vendido multitud de preferentes que sabía que arruinarían al que las adquiriese, lo que ha llevado a la desesperación y al odio a todos ahora que el juego ha terminado.
Pero lo peor no es saber que cientos de personas quieren verte muerto, sino ver que en tu propia casa a nadie le importaría que no estuvieses en ella. Mis hijos no me quieren. No me extraña, ya que mi trabajo no me dejaba mucho tiempo para estar en casa y su madre les ha inculcado un asco inexplicable hacia mí.
Y es que ella ya no me quiere. Nuestro matrimonio se ha ido a pique con la misma facilidad con la que el agua desborda el vaso y el que ha salido perdiendo he sido yo.
Mi esposa me ha sido infiel con mi mejor amigo, pero a fin de cuentas no me resulta difícil de creer. Él siempre ha sido el más guapo y el más inteligente. Su facilidad para seducir mujeres con su aire arrogante siempre ha sido digno de admiración y su ignorancia respecto a qué significa la palabra lealtad ha dejado sorprendido a más de uno. Pero no solo mis sospechas y mi íntima relación con él -y todo el conocimiento de su persona que ello conlleva- me han hecho estar convencido de que él y mi mujer tienen una aventura. Un detective privado contratado para dicho fin ha esclarecido el asunto.
Todo sumado, provocan que sienta que no merece la pena seguir respirando. Pero no me voy a retirar del tapete sin vengarme por todo lo que he sufrido.
Hace un mes realicé dos cartas, una con mi fecha de nacimiento y la fecha de hoy, y otra con la de Manuel y la fecha de mañana, enviándole a él la que le corresponde e introduciendo la mía en mi propio buzón. Ambas dentro de un sobre del Ministerio de Justicia, dos de los tantos que recibo con citaciones para juicio desde que condené a la pobreza a tantas personas pero con mi nombre borrado de ellos y cierto toque de gracia.
De mi casa acaba de irse Manuel tras probar junto a mí una botella de un delicioso licor que contenía un veneno indetectable al paladar y que actúa a las veinticinco horas de haberlo ingerido aproximadamente. Ambos hemos bebido lo mismo, pero como yo en breve voy a apretar el gatillo apuntándome a mí mismo, me es indiferente. Para que todo el mundo crea que he sido asesinado, voy a matarme con la mano izquierda aún siendo diestro para que sospechen de que es un montaje. Manuel y las cartas harán el resto.
Como gracias al orificio que atravesará mi cabeza no realizarán una autopsia buscando un veneno, no podrán saber que yo asesiné a mi amigo.
Cuando dentro de unas horas Manuel caiga desplomado, los policías buscarán a alguien con hambre de venganza, alguien que perdió su dinero por mi culpa y que fue desahuciado por Antonio, alguien que se tomó por su mano algo que esta sociedad no da y que quiso parodiar mandando la fecha del juicio final en un sobre del Ministerio de Injusticia, un departamento que no existe pero que engloba a todo el gobierno actual.
Cuando Manuel y yo estemos muertos, gastarán sus fuerzas buscando a alguien que no existe.
Alejandro Berraquero, a 16 de Febrero de 2014, en hastaquesecolapselainspiracion.blogspot.com

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