Por Alejandro Berraquero
Primera Carta:
Hola. Me llamo, o quizás para cuando
leas esta carta sería más acertado decir que me llamaba, Manuel
Espinosa, y dentro de unas horas voy a morir.
Antes de explicar cómo he llegado
hasta aquí es necesario que sepáis quién soy, o mejor dicho, cómo
soy.
Sinvergüenza, ladrón, mujeriego,
cruel, chivato, infiel, deshonesto, egoísta, creído, drogadicto
esporádico y vengativo.
Escoge una palabra o todas si quieres a
la hora de describirme, ya que cualquiera me definiría a la
perfección. Soy una mala persona. No estoy hecho para hacer feliz a
los demás con mi presencia sino única y exclusivamente para serlo
yo mismo.
Soy abogado, un empleo de lo más
respetable si no fuese porque el gabinete en el que trabajo está a
sueldo de una importante firma bancaria, concretamente en el área de
los desahucios por impago.
Yo hasta este momento he sido el
encargado de entrar en la casa de las personas sin fondos en cuestión
con una orden judicial en la mano y dos policías escoltándome para
señalarles a esas personas la salida de su propio hogar. Todo eso
habría seguido siendo de lo más digno y decente si no fuese porque
toda la escena anteriormente descrita sucedía mientras en mi boca se
tornaba la más amplia de las sonrisas.
Llegados a este punto, otro de los
términos que me detallarían sin faltar a la verdad sería el de
gilipollas.
Desde que me dedico a esto mi buzón ha
estado constantemente plagado de cartas amenazadoras que expresaban
de manera muy detallada cómo querían acabar con mi vida. Todas
ellas anónimas pero sin duda procedentes de tantas y tantas familias
a las que había dejado en la calle siendo extremadamente feliz con
ello. Es curioso el daño que puede llegar a causar el sentido del
humor.
Hará cosa de un mes recibí una misiva
un tanto especial. Era por supuesto un anuncio de asesinato como
tantas otras, pero esta me llamó la atención de manera especial
porque había sido enviada dentro de un sobre del ministerio de
justicia.
Cuando el ministerio te envía una
carta, tu nombre aparece mecanografiado en el sobre. En este caso eso
había sido arrancado de tal manera que no había manera de
distinguir a quién había sido enviada originalmente. Además, en el
remite habían sido añadidas las letras i y n en forma de prefijo,
quedando grabado el nombre de “Ministerio de Injusticia”.
Al abrirlo y ver qué contenía me
quedé sorprendido, ya que tan solo estaban escritas a máquina dos
fechas: La de mi nacimiento y, separa por un guión, la prevista
fecha de mi muerte por el que había escrito aquello.
Pues bien, pasaron los días y olvidé
aquel envío hasta que mi amigo Antonio López me dijo que él había
recibido una exactamente igual pero con su propias fechas.
Antonio siempre ha sido mi mejor amigo.
Trabajaba en un banco hasta que éste quebró, descubriéndose que
había hundido en la miseria a multitud de familias que habían
depositado en él su confianza. Por lo tanto, mi amigo Antonio
también era el destinatario de multitud de cartas amenazadoras.
Con pena también debo admitir que era,
además de una bellísima persona, el marido de la mujer con la cuál
yo le ponía los cuernos a la mía.
¿Que por qué lo digo con pena si soy
tan mala persona y todo me importa tan poco? Porque el pobre Antonio,
padre de familia con dos estupendos hijos, ha aparecido esta
madrugada pasada muerto en su casa con un disparo en la sien.
A todos los efectos podría parecer un
suicidio, si no fuese por la carta que ambos recibimos y un detalle
minúsculo que no paso inadvertido: Antonio era diestro y sin embargo
el arma del crimen había sido encontrada en su mano izquierda. Eso
dio pié a pensar que todo era un montaje y mi amigo había sido
asesinado a sangre fría.
Y pensar que anoche nos reíamos ambos
de las cartas mientras nos bebíamos una copa con toda la
tranquilidad del mundo dando por hecho que eran mentira...
En cuanto llegó a mis oídos la
noticia, le hice saber a la policía que yo había recibido un sobre
igual. Mientras escribo esto estoy en mi despacho cerrado a cal y
canto con un par de agentes haciéndome compañía mientras otros
compañeros suyos hacen vigilancia en la zona.
Dado que en unos minutos será
medianoche y por lo tanto la fecha de mi muerte, y puesto que tengo
miedo a que un hombre irrumpa en la habitación y me asesine, apuro
la tinta del bolígrafo para arrepentirme y pedir perdón de corazón,
un órgano del cuerpo del que hasta ahora parecía que carecía.
Siento mucho todo el mal que he causado
con mi vida, firmado: Manuel Espinosa.
Segunda Carta:
Soy Antonio López y esta es mi nota de suicidio que en unos minutos
arderá en la chimenea que me da el calor necesario para escribirla
en esta noche de invierno. ¿Que por qué la escribo si la voy a
quemar? Porque tengo el convencimiento de que para desahogarme y
poder irme en paz tengo que confesarme, aunque solo sea a un simple
trozo de papel.
Mi vida es un infierno. Hace unos meses me quedé sin empleo, no sin
antes haber vendido multitud de preferentes que sabía que
arruinarían al que las adquiriese, lo que ha llevado a la
desesperación y al odio a todos ahora que el juego ha terminado.
Pero lo peor no es saber que cientos de personas quieren verte
muerto, sino ver que en tu propia casa a nadie le importaría que no
estuvieses en ella. Mis hijos no me quieren. No me extraña, ya que
mi trabajo no me dejaba mucho tiempo para estar en casa y su madre
les ha inculcado un asco inexplicable hacia mí.
Y es que ella ya no me quiere. Nuestro matrimonio se ha ido a pique
con la misma facilidad con la que el agua desborda el vaso y el que
ha salido perdiendo he sido yo.
Mi esposa me ha sido infiel con mi mejor amigo, pero a fin de cuentas
no me resulta difícil de creer. Él siempre ha sido el más guapo y
el más inteligente. Su facilidad para seducir mujeres con su aire
arrogante siempre ha sido digno de admiración y su ignorancia
respecto a qué significa la palabra lealtad ha dejado sorprendido a
más de uno. Pero no solo mis sospechas y mi íntima relación con él
-y todo el conocimiento de su persona que ello conlleva- me han hecho
estar convencido de que él y mi mujer tienen una aventura. Un
detective privado contratado para dicho fin ha esclarecido el asunto.
Todo sumado, provocan que sienta que no merece la pena seguir
respirando. Pero no me voy a retirar del tapete sin vengarme por todo
lo que he sufrido.
Hace un mes realicé dos cartas, una con mi fecha de nacimiento y la
fecha de hoy, y otra con la de Manuel y la fecha de mañana,
enviándole a él la que le corresponde e introduciendo la mía en mi
propio buzón. Ambas dentro de un sobre del Ministerio de Justicia,
dos de los tantos que recibo con citaciones para juicio desde que
condené a la pobreza a tantas personas pero con mi nombre borrado de
ellos y cierto toque de gracia.
De mi casa acaba de irse Manuel tras probar junto a mí una botella
de un delicioso licor que contenía un veneno indetectable al paladar
y que actúa a las veinticinco horas de haberlo ingerido
aproximadamente. Ambos hemos bebido lo mismo, pero como yo en breve
voy a apretar el gatillo apuntándome a mí mismo, me es indiferente.
Para que todo el mundo crea que he sido asesinado, voy a matarme con
la mano izquierda aún siendo diestro para que sospechen de que es un
montaje. Manuel y las cartas harán el resto.
Como gracias al orificio que atravesará mi cabeza no realizarán una
autopsia buscando un veneno, no podrán saber que yo asesiné a mi
amigo.
Cuando dentro de unas horas Manuel caiga desplomado, los policías
buscarán a alguien con hambre de venganza, alguien que perdió su
dinero por mi culpa y que fue desahuciado por Antonio, alguien que se
tomó por su mano algo que esta sociedad no da y que quiso parodiar
mandando la fecha del juicio final en un sobre del Ministerio de
Injusticia, un departamento que no existe pero que engloba a todo el
gobierno actual.
Cuando Manuel y yo estemos muertos, gastarán sus fuerzas buscando a
alguien que no existe.
Alejandro Berraquero, a 16 de Febrero de 2014, en
hastaquesecolapselainspiracion.blogspot.com
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