Odio la lluvia. Las gotas golpean persistentemente el cristal de la ventana que esta enfrente de mis ojos, como recordándome su existencia. Recordándome que es necesaria, por mucho que yo me empeñe en mostrarle mi desagrado cada vez que la veo, en pequeños fragmentos, bajar hasta caer derrotada en su vano intento por perforar el suelo.
Y es que la lluvia es triste. Saca el lado más melancólico de nosotros cada vez que dos nubes chocan, llorando. Nunca me ha gustado mojarme con lágrimas ajenas, así que siempre permanezco en casa cuando allí fuera el sol desaparece.