viernes, 7 de marzo de 2014

Cajas de Cartón


Cajas de Cartón

Por Alejandro Berraquero



Pesada. No hay una palabra que la defina mejor. El contacto con sus mejillas, frías como el hielo, me hace abrir los ojos, aunque sigo suplicando por esos cinco minutos más que nunca llegarán. Intento librarme de sus besos, pero ella está empeñada en sacarme de mi plácido sueño y me hace renunciar a ganar la batalla cuando me arrebata las sábanas. Eso sentencia el resultado, así que permito que me ayude a incorporarme. Como es de sentido común que aún estoy más dormido que despierto, ella me viste poco a poco. Cuando acaba intento volver a la cama, pero ella me agarra del brazo y me conduce al cuarto de baño, para terminar de prepararme.
Para evitar que vuelva a tratar de huir hacia los brazos de Morfeo, me acerca al grifo y me empapa la cara repetidas veces, hasta que considera que no volveré a dormirme. Aprovecha para humedecerme el pelo, y con un peine empieza a peinarlo lo mejor que puede.
Mientras se afana en esta tarea, observo nuestro reflejo en el desgastado espejo que cuelga ante nosotros.
En él veo a un niño pequeño, quizás demasiado para la realidad que golpea su entorno. Su rostro refleja sueño, y su mirada irradia una inocencia que es propia de la infancia. Pero a su lado veo a una mujer. Una mujer cansada de luchar por un futuro mejor que parece que nunca va a llegar. Una mujer que no recuerda la última vez que se arregló o que alguien le dijo lo guapa que estaba. Hoy unas exageradas ojeras adornan una mirada cargada de melancolía, de impotencia, de fracaso.
Ese niño soy yo y ella es mi madre. Vivimos solos en un pequeño piso. No es nada del otro mundo, pero como mamá dice, es nuestro palacio. En él, el gran salón de baile no es más que una habitación con pocos metros cuadrados y una televisión antigua que no sintoniza la mayoría de los canales, el inmenso comedor tan solo es una cocina en la que hay que pelearse con las puertas de los armarios cada vez que se prepara la cena y los magníficos dormitorios con sábanas de seda son en realidad dos habitaciones con camas individuales que muchas noches acabamos compartiendo porque los truenos y las gotas de lluvia que se filtran por la ventana me dan miedo y me impiden dormir. Pero es nuestro y a para nosotros es la más lujosa de las mansiones porque nos tenemos el uno al otro.
Mientras mi mente en realidad no piensa nada de eso, ella ha estado domando los mechones de mi cabeza. Cuando al fin consigue que mi mata de pelo esté más o menos presentable, se descuida para coger la colonia. Yo aprovecho este despiste para salir corriendo por el pasillo, en busca de un desayuno que sin duda estará preparado. El estómago no para de recordarme que la cena de anoche, como siempre, me supo a poco.
Cuando paso por el salón, tropiezo con una de esas cajas de cartón que inundan la estancia desde hace unas semanas y en las que están guardadas todas nuestras cosas. No entiendo por qué mi madre se ha encaprichado con vaciar todas las estanterías y cajones. No me gusta que haya cosas que no consigo encontrar entre tantas cajas. Menos mal que mamá lo tiene todo controlado, y ha dejado bien diferenciada mi caja de juguetes.
En la cocina está mi cuenco lleno de cereales y leche fría. Desde hace unos días no tenemos luz, así que el microondas no funciona. Ha venido mucha gente a casa últimamente. Toda la familia se acerca de vez en cuando, además de personas que no conozco. Yo siempre le digo a mamá que les pregunte si saben que pasa con la luz. Esto de no tener televisión hace que me aburra mucho, porque mamá no me deja salir a la calle desde hace unos días, da igual todo lo que patalee o proteste.
Miro el reloj de la cocina. Nunca he entendido los relojes con manecillas, así que después de mirarlo un buen rato intentando descifrar su incomprensible mensaje, le pregunto la hora a mamá.
Oigo sus pasos que lentamente se acercan desde el pasillo. Cuando traspasa el umbral, veo que lleva el bote enorme de colonia, el que está adornado con una foto enorme de un bebé y que contiene esa fragancia que yo tanto odio. Ella siempre dice que es nuestro perfume favorito, y yo nunca la contradigo, por no decepcionarla.
Ignorando mi pregunta, vierte parte de la colonia en mi cabeza, y mientras yo sigo comiendo, se dirige a mí:
-"Álvaro, nos vamos de casa. A partir de ahora viviremos en casa del abuelo. Dentro de un rato vendrán los tíos para ayudarnos con la mudanza. Y también viene gente que no conoces. Un hombre muy bien vestido, con traje de chaqueta y un policía."
-"¿Un poli de verdad? ¿Con uniforme y todo?" le digo, abriendo los ojos como platos. Siempre había querido conocer a un policía como los de las películas. De mayor quería ser como el comisario de mi serie favorita de la televisión, salvar vidas y ser un héroe para todos.
-"Sí Álvaro, un policía de verdad. Y oye, no te encargo nada. Con esas personas aquí tienes que comportarte como todo un hombre, ¿De acuerdo?" Insiste ella.
-"Claro mamá, -le digo hinchando el pecho y con una estupenda sonrisa- voy a demostrarles quién es el hombre de la casa"
Y mientras escucho todo lo que dice no pienso en lo que quiere decir ese "nos vamos de casa" que me ha dicho. Ni tampoco me pregunto por qué nos vamos a casa del abuelo si nuestra casa es más grande. En mi cabeza sólo cabe que voy a conocer a un policía. Y a uno de verdad, con uniforme y todo.
Mi mente infantil empieza a volar por un lugar remoto, en el que el policía me sonríe, me deja coger su pistola, me presta su placa y me regala su gorra. Era un sueño muy alejado de la realidad. Demasiado alejado.
Cuando llamaron a la puerta y ella abrió, todo mi mundo se vino abajo. Un policía, sí, pero el policía más alejado de la visión idealista que yo tenía de ese gremio que podría haber, entró en nuestra casa. Y justo después de que el hombre trajeado que le seguía, serio y con cara de pocos amigos hiciese firmar a mi madre unos papeles con un bolígrafo que se me antojó muy caro, ese "agente de la ley" nos sacó a empujones de nuestra casa, y con la ayuda de otros policías nos dejó, junto con todas nuestras cajas de cartón, en la entrada de ese edificio en el que no volvería a entrar jamás y al que hasta hace poco llamaba hogar
Mis tíos llegaron puntuales, cogieron las cajas de cartón y las metieron en el coche. Mientras, muchos policías nos rodeaban dándonos las espaldas, como protegiéndonos de toda esa muchedumbre que gritaba y movía en alto sus carteles. No entendía que pasaba. Creía que sería un anuncio de perfume. Esos anuncios siempre son muy extraños, pero por más que buscaba no encontraba las cámaras por ninguna parte.
Mamá no paraba de llorar. Parecía que se moría de pena. Su cara estaba congestionada por el llanto, y adornada por las gotas saladas de sus lágrimas. No entendía por qué estaba así, así que yo también empecé a llorar. No me gusta verla triste.
Hoy, años después de aquello, sé que nos desahuciaron. Que unos altos mandatarios de un banco se aprovecharon de mi madre, de mí, y de otros tantos miles de personas.
Hoy sé que a mi madre y a mí nos echaron de nuestro hogar contra nuestra voluntad, y sin ninguna piedad.
Hoy sé que esas personas que nos rodeaban no rodaban un anuncio, si no que protestaban contra un mundo en el que ni siquiera el derecho a una vivienda digna se respeta, contra un mundo lleno de ladrones y mentirosos. Un mundo que nadie querría para sus hijos. Un mundo en el que el mejor futuro que mi madre me pudo ofrecer fue el de unas cajas de cartón mal apiladas en la acera.


Alejandro Berraquero, en Mayo de 2013

12 comentarios:

  1. Te has lucido con "Cajas de Cartón" es muy bueno tio! Enhorabuena!

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  2. Me ha hecho llorar este relato.
    Es... No tengo palabras...
    Pero si has querido llegar a alguien, a mí me has llegado con tus palabras y tu forma de expresarte.

    Sigue así, Alejandro.

    Un beso,
    Ara.

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    1. De verdad te ha hecho llorar? Tampoco es para tanto... :3
      Muchísimas gracias, Ara!
      Un abrazo, Alejandro

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    2. Sí, porque me he puesto en situación y en cómo están yendo las cosas ahoras aquí... Como abundan los desahucios, miles de familias en la calle, porque aquellos que deciden que eso ocurra, no tiene escrúpulos y es horrible. Y sí, se me escaparon unas cuantas lágrimas.
      Es bueno, al menos me llegaste con el relato.
      No des las gracias :3

      Besos,
      Ara.

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  3. Maravilloso relato.
    El que esté narrado desde el punto de vista del niño le entrega un dramatismo tal que realmente impresiona.
    Me ha encantado, aunque es muy duro.
    Un besito!

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  4. Dije que me pasaría y aquí me ves...
    Madre mía, tras leer esto me encantaría que participaras en mis retos. Me encanta tu forma de escribir, y además esta historia que es tan cercana a los días que corren.
    Me has emocionado muchísimo y casi me haces llorar. En serio...
    Espero, si vas a seguir escribiendo, lo hagas de esta forma tan maravillosa, con tanto sentimiento y descripciones justas para emocionar al lector.
    Aquí tienes a una lectora fiel.
    Un besazo enorme.

    EryGar*

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    1. Joder, muchísimas gracias Ery, y es un placer participar en tus retos;)
      Un abrazo;)

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  5. Me ha encantado la historia. Te felicito, es preciosa. Seguramente muchos niños habrán vivido esa historia. Porque esto, desgraciadamente, es una realidad

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    1. Muchas gracias "Anónimo", que gente que un texto le guste a tanta gente realmente emociona...
      Un abrazo desconocido;)

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  6. Pff increible tio me ha encantado, yo soy Pablo Toro. Sigue así esto se te da de maravillas.

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