Hoy
voy a criticarnos a todos, a mí incluido. ¿Qué por qué? Porque lo que veo no me
gusta.
El
otro día, mientras buceaba en una red social encontré una foto muy sugerente.
En la parte superior de la misma aparecía el dibujo de un perro atado a una
farola, y en la inferior, invitando a la comparación, la imagen de un hombre
sentado en una silla con un móvil entre las manos, unido a la pared por un
cargador. Entre ambas sólo encontré una diferencia, y es que el perro está
junto a la farola obligado, mientras que el hombre está sentado, atado a la
pared, por voluntad propia.
Estamos
enganchados y eso es deprimente. Alguno dirá, como ya he leído más de una vez,
esa típica frase que dice: “No estoy enganchado al móvil, sino a quién está al
otro lado hablando conmigo.” Bueno, no te digo que eso un padre no se lo crea, por
el mero hecho de que no sabe qué haces con el móvil, si hablas o no, ni –si lo
haces –con quien hablas. Pero ni yo ni cualquier otro de los miles que usamos
el teléfono diariamente para todo se traga esa mentira.
¿Cuántas
veces no habías oído sonar o vibrar tu teléfono y aun así has comprobado si te
había llegado algún mensaje? Y dime, ¿Cuantas veces no había sonado pero de
hecho estabas convencido de que lo habías escuchado? No intentes contarlas, es
imposible, tan sólo era una pregunta retórica.
Y
diréis, -además con razón- que quién soy yo para criticar algo que también
hago. Me señalaréis con el dedo y me diréis que por qué no doy ejemplo apagando
mi móvil para siempre. Lo haría, pero todos sabemos que sería un suicidio. Y es
que hoy día si no estás en línea, no estás vivo.
Yo
voto por provocar un apagón internacional de las redes sociales. Sí, ya lo he
dicho. Sé que la mayoría se escandalizarán y me querrán crucificar, pero
también sé que algunos aplaudirán mi idea. Desgraciadamente no soy tonto y es
evidente que a la hora de la verdad, ninguno de los que apoyan esa iniciativa sería
capaz de llevarla a cabo.
Probablemente,
ni siquiera yo mismo.
Y
es que las redes sociales nos han dado mucho. Podemos enterarnos de lo que
ocurre a kilómetros de distancia a tiempo real, comentarlo e incluso mandar mensajes
de apoyo o de rechazo. También hablar con personas que están en la otra punta
del mapa como si la distancia no existiese. Además, ¿A cuántas personas
maravillosas hemos conocido a través de internet? A veces incluso se acaban
convirtiendo en seres muy queridos para nosotros.
Pero,
¿Y todo lo que nos quitan? Einstein dijo en una ocasión que cuando la
tecnología superase nuestra humanidad tendríamos una generación de idiotas.
Pues bien, parece ser que ese día ha llegado. Hemos cambiado esas llamadas al
telefonillo diciéndole al colega que baje por ese WhatsApp preguntándole si
quiere quedar, las cartitas en clase a escondidas de la profesora por ese Tweet
pidiendo “parlita por wa o md” y esas charlas en el parque jugando a las cartas
por esos grupos de WhatsApp en el que la risa no se pone más que por cumplir. Y
a mí eso me da pena.
Otra
red social que está muy de moda es Instagram, en la que me entristece ver como
una foto de un grupo de amigos riéndose gusta menos que una en la que una niña
enseña todo lo que puede sin llegar a cobrar por ello. Ya no se cuelgan fotos
en el corcho de tu cuarto, esas fotos que tu amigo se pone a mirar cuando entra
en tu casa, no. Ahora se suben fotos sin censura ninguna para que las vea todo
el mundo mientras tus amigos te comentan en ella diciéndote lo guapo que eres o
lo bueno que estás, sólo porque tú se lo has comentado a ellos antes en otra
foto.
Hoy
en día todo el mundo está conectado, todos quieren saber de todos aunque en realidad
no les importe lo más mínimo. Hemos cambiado los valores por apariencias,
comprando los seguidores o los “retwits” sin importarnos que no sean reales,
sólo para poder decir: “Mira lo guay que soy, tengo más que tú”. Llegará el
día, y no digo que sea mañana, en el que nos centremos tanto en conseguir
seguidores e interacciones que nos olvidemos de mantener a los amigos.
Ojalá
algún día se organice un suicidio colectivo en el que todos apaguemos nuestras
redes sociales, porque aunque yo siga twitteando, dando retwits, escribiendo WhatsApp
´s y dando “like” en vuestras imágenes, desearía deciros cara a cara lo que
pienso, que estoy de acuerdo con lo que decís, charlar con vosotros en persona
y deciros lo mucho que me gusta la foto esa que está pinchada en el corcho de
tu cuarto.
Y
es que por mucho que se empeñen en atarme con un cargador a una pared, sigo
teniendo ese humano dentro que prefiere abrazar a una persona antes que teclear
en una pantalla.
Ese
al que le da miedo ver cómo cada vez quedan menos como él.
Y
eso no, no me gusta.
Por Alejandro Berraquero a 21 de Septiembre de 2014 en hastaquesecolapselainspiracion.blogspot.com
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