Podría
empezar esta historia de muchas formas.
Una
opción sería comenzarla ahora que estoy sentado en una cama de hospital. Yo por
mí me levantaría y me iría a casa, pero el doctor cree que tras una operación
como a la que me he tenido que someter, me conviene guardar reposo unos días. Y
es que, aunque suene a película, me acaban de extraer una bala del pecho que
impactó a cinco centímetros del corazón.
Pero
quizás eso sea adelantarse a los acontecimientos y deba describir primero qué
sentí cuando vi la mirada del asesino enfocándome a mí con la mirilla de la
pistola entre ambos. Bueno, ya que he sacado el tema, sentí miedo. Mucho miedo,
seguramente demasiado para el que debe sentir un niño como yo en un día normal.
Si
damos más pasos atrás en el tiempo, podría escribir que nada habría ocurrido si
mi padre hubiese salido de casa con el depósito lleno de gasolina, cosa que
lamentablemente no hizo. Por eso, cuando el coche se detuvo en una calle
cualquiera del centro de la ciudad, no pude evitar culpabilizarle de que
tuviese que ir andando a una gasolinera dejándome solo en el vehículo.
El
problema llegó cuando esos “cinco minutitos” que dijo que tardaría se
convirtieron en media hora.
¿Qué
por qué no le acompañé? Porque hacía frío, mucho frío, y yo no tenía nada con
lo que abrigarme. Por eso me quedé en el supuesto calor que me propiciaba el
coche.
¿Qué
por qué no tenía nada con lo que abrigarme? Buena pregunta, y quizás por eso
mismo el inicio de esta historia esté algo antes de donde yo he propuesto que
estaba hasta ahora.
Verás,
mis padres se repelen. Sí, lo he escrito bien, son como dos polos opuestos en
un imán, como el agua y el aceite. Resumiendo su relación en un simple párrafo,
aclararé que están continuamente peleándose. Pero no de cualquier manera, sino
de aquella en la que la vajilla roza la cabeza del rival.
Son
muy diferentes. A lo mejor por eso mismo es por lo que se quieren tanto.
Pues
bien, ese día tuvieron otra de sus discusiones. Fue tan acalorada que él me
cogió a mí y me montó en el coche, pretendiendo alejarme de mi madre como
castigo. Yo ni lloré ni protesté. Llega un momento en el que te acostumbras y,
hagan lo que hagan, permaneces indiferente.
Ahora
ya me entiendes mejor, ¿no? Me queda explicarte cómo pasé de estar sólo en el
asiento trasero del coche a estar en un quirófano desangrándome.
Fue
una de esas veces en las que no quieres verlo pero ya has mirado, en las que
cierras los ojos apretando fuertemente los párpados rezando para que se borre
de tu memoria. Pero no se borra. Esto sucede cuando ves a un familiar cercano –y,
generalmente mucho mayor que tú –en ropa interior o cuando encuentras un vómito
en la calle. En mi caso fue cuando vi un asesinato.
Que
sí, que sonará a película, pero mientras miraba por la ventanilla en aquel
callejón, un hombre con una pistola mataba a otro.
Nunca
he oído nada peor que un disparo. Es el miedo hecho sonido, es como una llamada
a tu subconsciente para que vaya preparando la película de tu vida, esa que se
proyecta en tu último segundo. Es como si el silencio simplemente se rompiese.
No
pude evitar lanzar un grito de miedo, de sorpresa, de pánico. No fue muy alto,
pero a pesar de que el coche estuviese cerrado, me oyó, porque giró su cabeza
directamente hacia mí.
Ése
fue el momento en el que vi cómo me apuntaba y cómo mi corazón, imagino que
como defensa para ahorrar sangre, se detenía.
Los
médicos no paran de decir que tuve mucha suerte. Que si mi padre no hubiese llegado
al coche con la gasolina a los dos minutos corriendo como loco asustado por los
disparos, estaría muerto. Que si el cristal del parabrisas no hubiese frenado
el inexorable avance de la bala, no seguiría respirando. Que si la bala no
hubiese impactado a cinco centímetros del corazón, éste no seguiría latiendo.
Así
que supongo que a pesar de estar en una cama de hospital tras haber estado a
punto de morir, aún debo de dar las gracias a que mi padre no se retrasase, a
que alguien inventase el parabrisas y a que el asesino que en ese momento
estaba de guardia tuviese tan mala puntería.
Por Alejandro Berraquero a 31 de Agosto en hastaquesecolapselainspiracion.blogspot.com
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