lunes, 29 de septiembre de 2014

Presuntamente Inocente

Twitteadme diciéndome de qué os gustaría que fuese el próximo relato del Domingo que viene. Un abrazo.

Presuntamente Inocente.

De madrugada, cuando el policía le expuso el caso al detective Andrés Ruiz, parecía contarlo convencido de que ya estaba resuelto.
Habían pasado horas desde que el primer agente llegase a la casa en la que una mujer y un hombre habían aparecido muertos. Cuando a Andrés le avisaron, se hallaba en el otro extremo de la ciudad, a las afueras. En cuanto recibió el aviso se montó en su coche y partió hacia la dirección, pero a mitad de camino se le pinchó la rueda del vehículo. Aun así, no habría llegado tan tarde si no hubiese sido porque el seguro de asistencia en carretera no era tan rápido ni tan eficaz como anunciaban. Cuando consiguió aparcar frente al domicilio, los agentes ya habían llevado a cabo los interrogatorios y se habían retirado los cuerpos.


Según le contó el policía, ese día Francisco volvió pronto del trabajo. Tal y como atestiguan su jefe y sus compañeros, abandonó la oficina a eso de las nueve de la noche. A partir de ahí, todo lo que sucedió solo se conoce por la palabra del propio Francisco. Según él, cuando entró en su hogar, en lugar de encontrarse a su mujer haciendo la cena, oyó gritos que provenían de su propio dormitorio. Extrañado y alarmado al mismo tiempo, Francisco cogió un cuchillo de la cocina y subió intentando hacer el menor ruido posible por las escaleras. Al abrir la puerta de la habitación de la cual provenían los ruidos, se encontró a su mujer tumbada en la cama con los ojos salidos de sus órbitas y con una expresión de pánico en su rostro. Sobre ella, ahogándola con sus manos –las cuales estaban protegidas por unos guantes de látex –estaba un completo desconocido para él. Sin pensárselo dos veces y queriendo salvar a su esposa, acuchilló repetidas veces al hombre hasta que su cuerpo cayó al borde de la cama, precipitándose luego al suelo. Espantado por lo que había hecho, dejó caer el arma para luego perder el conocimiento. Cuando recuperó la consciencia y miró a su alrededor, estuvo unos segundos sin saber bien qué pasaba, pero tras ellos recordó todo de golpe y se abalanzó sobre su mujer para comprobar si todavía respiraba para darse cuenta de que, desgraciadamente, estaba muerta.
Afirma que no sabe cuánto tiempo estuvo llorando sobre el cadáver de su difunta esposa, pero que no pasó mucho hasta que se diese cuenta de que tenía que avisar a la policía.
Cuando los agentes llegaron se encontraron a un hombre con la ropa ensangrentada y un shock postraumático que admitía haber asesinado a uno de los muertos y que tras varias tilas calmantes que le sirvieron, contó la historia que el policía le repetía a Andrés.
Tras un breve registro a la vivienda, se encontraron entre las cosas de ella una serie de cartas amenazantes que a todas luces le había mandado su asesino. En ellas, entre otras cosas que no vienen al caso, el desconocido se identificaba como su amante y advertía con matarla si no se divorciaba de su marido para estar con él. Estaban escritas a ordenador e impresas en una impresora de las mismas características que la pareja tenía en su casa, pero que no tenían por qué ser necesariamente la misma impresora.
El viudo pareció realmente sorprendido cuando le revelaron la existencia de las cartas, y después de leer algunas de ellas, se echó otra vez a llorar.
Para el policía el caso estaba claro. El amante, al darse cuenta de que la mujer no piensa dejar a su marido por él, la amenaza con asesinarla. Ella oculta las cartas y no le dice nada a nadie, por miedo a que su marido se entere de que ella le era infiel. Como su relación matrimonial no varía, el amante le hace una visita y la asesina ahogándola. En ese momento, llega el marido que sin saber quién era le cosió a puñaladas.
Así fue como informaron a Andrés Ruiz, que tras escuchar atentamente la historia, insistió en ver al viudo. Tuvo que pedirlo varias veces dado que los servicios sanitarios recomendaban no molestarle más de lo necesario debido al trauma que acababa de sufrir. A pesar de ello, el detective se entrevistó con él, en presencia del resto de policías que habían estado toda la noche resolviendo el caso.
Cuando se dirigió a Francisco, lo hizo con una sonrisa en la boca.
-¿Cuánto llevaba planeando asesinar a su mujer?
La pregunta tuvo el efecto deseado. La sala enmudeció, y Francisco languideció a tiempo que balbuceaba sin lograr decir dos palabras seguidas sin tartamudear.
 -Pe…pe… pero… ¿Q-q-qué dice?
-¿Por qué no nos cuenta qué paso en realidad en vez de esa sarta de mentiras que mis ingenuos compañeros se han creído al pie de la letra?
El hombre que estaba siendo repentinamente acusado de homicidio, no respondió, por lo que el detective siguió con su discurso.
-Verán, conforme me explicaban lo que había sucedido, lo primero que me llamó la atención fue que todo se basaba en el testimonio de Francisco. El pobre y traumatizado viudo de la víctima que asesinó al amante de la misma sin saber quién era en un intento por salvarla. Pero sin embargo, he estado pensando y me han surgido una serie de incongruencias.
“La primera, ¿Cómo entró el asesino en la casa? Si estás siendo amenazada por una persona, tú no le abres la puerta de tu casa como si nada. Aun así, este punto es fácilmente explicable si suponemos que éste tenía una copia de las llaves de la vivienda.
Pero de ser así, ¿Dónde están las llaves? En el registro del cadáver no se encontró ninguna excepto a la suya propia. ¿Se habían volatilizado?
Por supuesto, hay otra explicación. La puerta del jardín estaba abierta, siempre solía estarlo, por lo que pudo entrar por ahí. Aunque claro, solo las palabras del marido atestiguan que esto fuese así.
Lo segundo, ¿Por qué tardó tanto en llamar a la policía? Ya sabemos que él dijo que se desmayó pero, ¿Es eso cierto? Desde que salió de su oficina hasta que la comisaría recibió la llamada de emergencia pasó una hora. ¿Qué pudo hacer en ese tiempo?
Y lo tercero, que es lo que realmente me hizo sospechar de que algo no encajaba: Las cartas.
Para empezar, no había ni una carta de amor. Es decir, el amante no le escribió ni una carta diciéndole lo mucho que la amaba pero sin embargo estaba dispuesto a matarla si no era él el hombre al que le dedicaba todo su tiempo. Un tanto extraño, ¿No? Si una persona es capaz de sentir un odio tan intenso, sin duda también lo era de sentir un amor parecido. Pero de ese, qué casualidad, no había ni una prueba. ¿Puede ser que la mujer las destruyese tras leerlas? Quizás, pero de ser así, ¿Por qué destruir las de amor pero no las de amenazas? ¿Es que a las segundas les tenía un cariño especial?
Bueno, en realidad esto no demuestra nada, era simplemente una hipótesis, hasta que me fijé con detalle en las cartas: Las hojas estaban nuevas.
¿Cómo iban a estar nuevas unas cartas que según lo que había escrito en ellas debían tener semanas? Bueno, es evidente que estaban arrugadas y maltratadas, pero sin embargo el color de la hoja era blanco, era nuevo.
Eso hizo que me replantease todo y reconstruyese lo que había pasado tomando cada palabra de Francisco como una mentira.
Para empezar, cuando Francisco llegó a su casa no oyó ningún ruido. Simplemente no oyó nada, y eso le extrañó, así que agarró un cuchillo y subió la escalera silenciosamente. Al abrir la puerta, se encontró a su mujer besándose con un desconocido. Cegado por la rabia y los celos, acuchilló al hombre al cual pilló desprevenido. Luego, cogió a su propia esposa por el cuello y apretó hasta matarla. Cuando se vio con dos cadáveres ante él, se le ocurrió la historia del amante despechado. Cogió unos guantes de la cocina, se los puso con cuidado al hombre y movió el cuerpo de su mujer hasta ponerlo en una posición en la que pareciese que él había muerto unos instantes después de asesinarla. Se quitó los zapatos, que tenían las suelas manchadas de sangre para no dejar huellas por toda la casa y en el ordenador escribió las cartas amenazantes para imprimirlas después. Seguramente, si los técnicos revisan el disco duro puedan recuperar esos documentos que estarán borrados. Cuando terminó, escondió las cartas en un lugar donde sería fácil encontrarlas tras arrugarlas un poco para que pareciesen más antiguas, abrió la puerta del jardín, se puso los zapatos y comenzó su actuación llamando a la policía.”
Cuando terminó su exposición, Francisco se derrumbó confesando que todo lo que había contado el detective era cierto. Los policías no podían salir de su asombro, y cuando se llevaron al hombre esposado, el mismo agente que le resumió el caso se le acercó a preguntarle.
-Pero detective, eso es mentira. ¡Usted ni siquiera ha examinado las cartas! ¿Cómo ha sabido que era el culpable?
El detective, mientras se encendía un cigarro, le respondió:
-Realmente no lo sabía, era una posibilidad. El que todo estuviese basado en su propio relato no acababa de convencerme, tenía que asegurarme de que decía la verdad, y eso sólo podía hacerlo acusándole de que todo era mentira para ver su reacción. Y bueno,  ya que todos le habíais dado por inocente, ¿Por qué no ponerlo en duda?
 Por Alejandro Berraquero a 28 de Septiembre de 2014 en hastaquesecolapselainspiracion.blogspot.com

1 comentario:

  1. Alejandro, el libro me ha parecido excelente, me ha sorprendido gratamente y me has emocionado con tus palabras.
    Te animo a que continúes haciéndolo. Escribir solo está al alcance de unos iluminados que han sido tocados por la gracia del talento y tu sin duda eres uno de ellos.Estoy segura que tu inspiración nunca se colapsará porque siempre tendrás algo que decir y tu mejor que nadie lo sabes hacer.
    Me siento orgullosa que seas amigo de mi hijo Ignacio, un abrazo y mucho éxito

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