Presuntamente Inocente.
De
madrugada, cuando el policía le expuso el caso al detective Andrés Ruiz,
parecía contarlo convencido de que ya estaba resuelto.
Habían
pasado horas desde que el primer agente llegase a la casa en la que una mujer y
un hombre habían aparecido muertos. Cuando a Andrés le avisaron, se hallaba en
el otro extremo de la ciudad, a las afueras. En cuanto recibió el aviso se
montó en su coche y partió hacia la dirección, pero a mitad de camino se le
pinchó la rueda del vehículo. Aun así, no habría llegado tan tarde si no
hubiese sido porque el seguro de asistencia en carretera no era tan rápido ni
tan eficaz como anunciaban. Cuando consiguió aparcar frente al domicilio, los
agentes ya habían llevado a cabo los interrogatorios y se habían retirado los
cuerpos.
Según
le contó el policía, ese día Francisco volvió pronto del trabajo. Tal y como
atestiguan su jefe y sus compañeros, abandonó la oficina a eso de las nueve de
la noche. A partir de ahí, todo lo que sucedió solo se conoce por la palabra
del propio Francisco. Según él, cuando entró en su hogar, en lugar de
encontrarse a su mujer haciendo la cena, oyó gritos que provenían de su propio
dormitorio. Extrañado y alarmado al mismo tiempo, Francisco cogió un cuchillo
de la cocina y subió intentando hacer el menor ruido posible por las escaleras.
Al abrir la puerta de la habitación de la cual provenían los ruidos, se
encontró a su mujer tumbada en la cama con los ojos salidos de sus órbitas y
con una expresión de pánico en su rostro. Sobre ella, ahogándola con sus manos
–las cuales estaban protegidas por unos guantes de látex –estaba un completo
desconocido para él. Sin pensárselo dos veces y queriendo salvar a su esposa,
acuchilló repetidas veces al hombre hasta que su cuerpo cayó al borde de la
cama, precipitándose luego al suelo. Espantado por lo que había hecho, dejó
caer el arma para luego perder el conocimiento. Cuando recuperó la consciencia
y miró a su alrededor, estuvo unos segundos sin saber bien qué pasaba, pero
tras ellos recordó todo de golpe y se abalanzó sobre su mujer para comprobar si
todavía respiraba para darse cuenta de que, desgraciadamente, estaba muerta.
Afirma
que no sabe cuánto tiempo estuvo llorando sobre el cadáver de su difunta
esposa, pero que no pasó mucho hasta que se diese cuenta de que tenía que
avisar a la policía.
Cuando
los agentes llegaron se encontraron a un hombre con la ropa ensangrentada y un
shock postraumático que admitía haber asesinado a uno de los muertos y que tras
varias tilas calmantes que le sirvieron, contó la historia que el policía le
repetía a Andrés.
Tras
un breve registro a la vivienda, se encontraron entre las cosas de ella una
serie de cartas amenazantes que a todas luces le había mandado su asesino. En
ellas, entre otras cosas que no vienen al caso, el desconocido se identificaba
como su amante y advertía con matarla si no se divorciaba de su marido para
estar con él. Estaban escritas a ordenador e impresas en una impresora de las
mismas características que la pareja tenía en su casa, pero que no tenían por
qué ser necesariamente la misma impresora.
El
viudo pareció realmente sorprendido cuando le revelaron la existencia de las
cartas, y después de leer algunas de ellas, se echó otra vez a llorar.
Para
el policía el caso estaba claro. El amante, al darse cuenta de que la mujer no
piensa dejar a su marido por él, la amenaza con asesinarla. Ella oculta las
cartas y no le dice nada a nadie, por miedo a que su marido se entere de que
ella le era infiel. Como su relación matrimonial no varía, el amante le hace
una visita y la asesina ahogándola. En ese momento, llega el marido que sin
saber quién era le cosió a puñaladas.
Así
fue como informaron a Andrés Ruiz, que tras escuchar atentamente la historia,
insistió en ver al viudo. Tuvo que pedirlo varias veces dado que los servicios
sanitarios recomendaban no molestarle más de lo necesario debido al trauma que
acababa de sufrir. A pesar de ello, el detective se entrevistó con él, en
presencia del resto de policías que habían estado toda la noche resolviendo el
caso.
Cuando
se dirigió a Francisco, lo hizo con una sonrisa en la boca.
-¿Cuánto
llevaba planeando asesinar a su mujer?
La
pregunta tuvo el efecto deseado. La sala enmudeció, y Francisco languideció a
tiempo que balbuceaba sin lograr decir dos palabras seguidas sin tartamudear.
-Pe…pe… pero… ¿Q-q-qué dice?
-¿Por
qué no nos cuenta qué paso en realidad en vez de esa sarta de mentiras que mis
ingenuos compañeros se han creído al pie de la letra?
El
hombre que estaba siendo repentinamente acusado de homicidio, no respondió, por
lo que el detective siguió con su discurso.
-Verán,
conforme me explicaban lo que había sucedido, lo primero que me llamó la
atención fue que todo se basaba en el testimonio de Francisco. El pobre y
traumatizado viudo de la víctima que asesinó al amante de la misma sin saber
quién era en un intento por salvarla. Pero sin embargo, he estado pensando y me
han surgido una serie de incongruencias.
“La
primera, ¿Cómo entró el asesino en la casa? Si estás siendo amenazada por una
persona, tú no le abres la puerta de tu casa como si nada. Aun así, este punto
es fácilmente explicable si suponemos que éste tenía una copia de las llaves de
la vivienda.
Pero
de ser así, ¿Dónde están las llaves? En el registro del cadáver no se encontró
ninguna excepto a la suya propia. ¿Se habían volatilizado?
Por
supuesto, hay otra explicación. La puerta del jardín estaba abierta, siempre
solía estarlo, por lo que pudo entrar por ahí. Aunque claro, solo las palabras
del marido atestiguan que esto fuese así.
Lo
segundo, ¿Por qué tardó tanto en llamar a la policía? Ya sabemos que él dijo
que se desmayó pero, ¿Es eso cierto? Desde que salió de su oficina hasta que la
comisaría recibió la llamada de emergencia pasó una hora. ¿Qué pudo hacer en
ese tiempo?
Y
lo tercero, que es lo que realmente me hizo sospechar de que algo no encajaba:
Las cartas.
Para
empezar, no había ni una carta de amor. Es decir, el amante no le escribió ni
una carta diciéndole lo mucho que la amaba pero sin embargo estaba dispuesto a
matarla si no era él el hombre al que le dedicaba todo su tiempo. Un tanto
extraño, ¿No? Si una persona es capaz de sentir un odio tan intenso, sin duda
también lo era de sentir un amor parecido. Pero de ese, qué casualidad, no
había ni una prueba. ¿Puede ser que la mujer las destruyese tras leerlas?
Quizás, pero de ser así, ¿Por qué destruir las de amor pero no las de amenazas?
¿Es que a las segundas les tenía un cariño especial?
Bueno,
en realidad esto no demuestra nada, era simplemente una hipótesis, hasta que me
fijé con detalle en las cartas: Las hojas estaban nuevas.
¿Cómo
iban a estar nuevas unas cartas que según lo que había escrito en ellas debían
tener semanas? Bueno, es evidente que estaban arrugadas y maltratadas, pero sin
embargo el color de la hoja era blanco, era nuevo.
Eso
hizo que me replantease todo y reconstruyese lo que había pasado tomando cada
palabra de Francisco como una mentira.
Para
empezar, cuando Francisco llegó a su casa no oyó ningún ruido. Simplemente no
oyó nada, y eso le extrañó, así que agarró un cuchillo y subió la escalera
silenciosamente. Al abrir la puerta, se encontró a su mujer besándose con un
desconocido. Cegado por la rabia y los celos, acuchilló al hombre al cual pilló
desprevenido. Luego, cogió a su propia esposa por el cuello y apretó hasta
matarla. Cuando se vio con dos cadáveres ante él, se le ocurrió la historia del
amante despechado. Cogió unos guantes de la cocina, se los puso con cuidado al
hombre y movió el cuerpo de su mujer hasta ponerlo en una posición en la que
pareciese que él había muerto unos instantes después de asesinarla. Se quitó
los zapatos, que tenían las suelas manchadas de sangre para no dejar huellas
por toda la casa y en el ordenador escribió las cartas amenazantes para
imprimirlas después. Seguramente, si los técnicos revisan el disco duro puedan
recuperar esos documentos que estarán borrados. Cuando terminó, escondió las
cartas en un lugar donde sería fácil encontrarlas tras arrugarlas un poco para
que pareciesen más antiguas, abrió la puerta del jardín, se puso los zapatos y
comenzó su actuación llamando a la policía.”
Cuando
terminó su exposición, Francisco se derrumbó confesando que todo lo que había
contado el detective era cierto. Los policías no podían salir de su asombro, y
cuando se llevaron al hombre esposado, el mismo agente que le resumió el caso
se le acercó a preguntarle.
-Pero
detective, eso es mentira. ¡Usted ni siquiera ha examinado las cartas! ¿Cómo ha
sabido que era el culpable?
El
detective, mientras se encendía un cigarro, le respondió:
-Realmente
no lo sabía, era una posibilidad. El que todo estuviese basado en su propio
relato no acababa de convencerme, tenía que asegurarme de que decía la verdad,
y eso sólo podía hacerlo acusándole de que todo era mentira para ver su
reacción. Y bueno, ya que todos le
habíais dado por inocente, ¿Por qué no ponerlo en duda?
Por Alejandro Berraquero a 28 de Septiembre de 2014 en hastaquesecolapselainspiracion.blogspot.com
Alejandro, el libro me ha parecido excelente, me ha sorprendido gratamente y me has emocionado con tus palabras.
ResponderEliminarTe animo a que continúes haciéndolo. Escribir solo está al alcance de unos iluminados que han sido tocados por la gracia del talento y tu sin duda eres uno de ellos.Estoy segura que tu inspiración nunca se colapsará porque siempre tendrás algo que decir y tu mejor que nadie lo sabes hacer.
Me siento orgullosa que seas amigo de mi hijo Ignacio, un abrazo y mucho éxito