sábado, 4 de octubre de 2014

Dependencia



Hoy voy a criticar, pero no a la sociedad. No voy a quejarme de Gran Hermano, ni de Mujeres y Hombres y Viceversa, ni de Sálvame, ni de las chicas obsesionadas con ciertos grupos de música, ni de que hoy en día se confunda la educación con la hipocresía, ni de ninguna de tantas cosas de las que tenía pensado hablar. En lugar de eso, hoy voy a quejarme y argumentando como nunca he argumentado, sobre cierta medida que ha tomado el gobierno que nosotros “elegimos” para que salgamos lo “antes posible” de la crisis económica en la que nos encontramos. Hoy voy a hablar sobre los recortes de la Ley de Dependencia.
Dejadme que os explique por qué.
Si estás leyendo esto es que estás vivo, y si lo estás es porque has nacido. Sin embargo, no habrías ni siquiera sido concebido si tus padres no se hubiesen conocido y eso no habría ocurrido si tus abuelos no les hubiesen dado techo, comida, amor y, en definitiva, su vida. Parece una tontería, algo que todos sabemos ¿Verdad? Pero, ¿Realmente lo sabemos? ¿Tenemos consciencia de hasta qué punto debemos estar agradecidos?
Todo esto viene de algo que me pasó hace unos días. Yo estaba en el salón, sentado en el sofá, descansando tras una mañana de colegio y aprovechando para hablar por las redes sociales con una o dos personas cuando de repente mi abuela, que estaba sentada en el butacón de enfrente, se despertó.
Podría parecer una auténtica estupidez, pero si te paras a pensarlo no lo es. ¿Qué hacía mi abuela en mi butacón a la hora de la siesta? Puede que dormir, de hecho lo hacía, pero, ¿Por qué en mi casa y no en la suya?
Lo verdaderamente relevante vino después. La madre de mi madre se incorporó y mirando a mi padre, que estaba sentado junto a mí, le preguntó:
-Antonio, ¿Dónde está tu hijo?
Yo estaba sentado justo al lado de mi padre, por lo que él contestó:
-Ahí está, Matilde.
Ella, con una sonrisa sarcástica le respondió, a la vez que sus ojos iban alternando entre los de mi padre y los míos:
-Anda ya, Antonio, ¿Cómo va a ser ese tu hijo?
Y así prosiguió la conversación, en la que por un lado mi abuela decía que yo no era su nieto y en la que mi padre mantenía la calma insistiendo en que lo era, hasta que ella se calmó.
Yo, durante todo ese tiempo, no quité la vista de la pantalla de mi móvil. No estaba encendida, ni falta que le hacía. En ese momento mi vida social era lo que menos me importaba.
Ahora ya me entendéis, ¿No? Mi abuela tiene lo que se conoce como el Mal de Alzheimer.
Volviendo al tema, ¿Qué hacía en mi casa a esas horas?
Dado que, como es obvio, no puede estar sola, mi tío y mi madre tienen contratada a una mujer que pasa el día con ella. Durante meses ha funcionado a la perfección, ya que mi abuela –la cual no sabe que está enferma –lo llevaba más o menos bien. El problema ha llegado una vez que ya ha avanzado la enfermedad, cuando no es consciente de lo que pasa ni de lo que deja de pasar a su alrededor. Tiene episodios de alucinaciones, de desmemoria –tal y como habéis podido comprobar –e incluso de violencia. Mi abuela estaba aquella tarde en mi casa porque le había pegado a la mujer que la cuidaba. Pero no me refiero a dos arañazos, sino a auténticos moratones y desgarros.
Como mi abuela hoy en día hay un millón doscientos mil ancianos con esta enfermedad. Y eso sólo en España. En el mundo la cifra asciende hasta los treinta y cinco millones seiscientos mil habitantes que la padecen. Por si lo entiendes mejor con números, 1.200.000 en nuestro país y 35.600.000 en todo el planeta. Ahorrándote cálculos innecesarios, he investigado un poco y he descubierto que de las personas mayores de ochenta y cinco años, hasta el 40% presenta esta enfermedad.
¿Cuánto piensas vivir? No, en serio, ¿Cuántos años tenías pensado? Nunca te lo habías querido plantear, ¿No es cierto? De hecho, yo tampoco. Pero suponiendo que seas una persona sana y cumplas ochenta y cinco, puedes ser una de esas cuatro personas de cada diez que mueren pero siguen respirando.
Existe una ley, la Ley de Dependencia, que gestiona ayudas a las familias que tienen algún miembro de ella con una discapacidad que le impide valerse por sí mismo. Esto ya no nos reduce sólo al Alzheimer, sino a cualquier invalidez.
Y es que cuidar de alguien que no es capaz de hacer nada solo es bastante caro.
Y dirás, “¡Qué bien! El gobierno, como siempre, atento ante las necesidades de los ciudadanos.” Pues bien, quítate esa idea de la cabeza. En los últimos años, se han reducido las ayudas, se ha introducido el copago…
Resumiéndote mucho, cada vez hay más afectados pero menos ayudas.
Yo ya voy a abreviar para acabar con todo esto. Sólo espero que todos y cada uno de los que tengan algo que ver con que se reduzca la Ley de Dependencia tengan a su cargo, una vez que dejen el puesto de trabajo en el que se toman ese tipo de decisiones, a una persona dependiente.
Si es con Alzheimer, mejor, para que sepan qué es mirar a los ojos a alguien a quien quieres y que no te reconozca, sabiendo que lo único que puedes hacer es callar y mirar para otro lado, disimulando que no pasa nada, que así es la vida y que hay que seguir adelante.
Aunque día a día siga siendo más y más duro.

1 comentario:

  1. Hola Alejandro,

    Desde UNIR Cuidadores nos gustaría ponernos en contacto contigo por tu experiencia con tu abuela y su enfermedad, el Alzheimer.

    Soy Marta Ardizone, responsable de comunicación del medio. Por favor, escríbeme a marta.ardizone@unir.net Estamos muy interesados en charlar contigo.

    Un saludo,

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