jueves, 11 de julio de 2013

Como Quieras

Nunca despertar fue tan difícil.
La soledad, en ocasiones, invita a automedicarse, y no hay mejor medicina para olvidar que se está solo, que el alcohol.
En el bar, me inspiro entre copas. Cuando Gonzalo, tras la barra, me ve entrar, me aplaude, porque sabe que voy a gastar en su bebida todo el dinero del que dispongo, que por desgracia, no es mucho.
En su local, invoco a mi musa en una servilleta. A veces aparece y otras me deja a solas con la copa, para que nuestro diálogo sea más fluido.
Pero escribo. Vierto en el papel mis desgastadas palabras, gastando la tinta en emociones enturbiadas por lo que bebo.
Cada vez que escribo, las historias se rigen por el mismo patrón. Tristes, solitarias y con un sabor amargo. Pero hoy quiero algo distinto. Quiero fantasía.
Y el bolígrafo empieza a causar estragos en el folio.
El barrio en el que vive Andrés siempre ha sido un buen ejemplo, pero de lo que no se debe hacer. En él hay todo tipo de personas, pero abundan ellos.
Ladrones, sinvergüenzas, enemigos de la higiene y analfabetos en su mayoría. Gente que no entiende nada cuando le hablan de respeto a la autoridad, y que el único significado que tienen de la vida, es que es la ventaja que nos da la muerte porque está segura de su victoria.
En su calle en concreto, además vive la Bruja. Una vieja con la cara arrugada y llena de verrugas. Fea como pocas, su principal diversión es asustar a los chicos de la zona, amenazándoles con falsas maldiciones y embrujos.
Pero Andrés no cree nada de lo que dice. Él sabe que es una mentirosa, una mujer amargada que no ha sabido hacer nada con su vida.
Un día que pasó por su puerta, la Bruja salió y le miró con esos ojos verdes que tanto miedo producían en el resto de los niños. Pero él no se amilanó.
-¡¿Qué miras niño?! ¡Largo de aquí o te convierto en perro!
-¡Cállate Bruja y vuelve a casa!
Pero ella entonces le amenazaó y dijo:
-¿Estás seguro de que quieres que vuelva a entrar?
-¿Pero qué dice, vieja? ¡Que se calle de una vez!
Y ella, dándose media vuelta, suspiró:
-Como quieras.
Y cada paso que ella da hacia el interior de su vivienda, produce un efecto extraño en Andrés.
Al principio no sabe qué le pasa. Pero lo descubre en cuanto baja la vista a sus pies. Simplemente no están. Su cuerpo está desapareciendo.
-¡Espera! ¿Qué me has hecho Bruja?
Y ella, ignorando sus palabras, sigue andando hacia el interior de su casa, pero la puerta ha quedado abierta. Sin pensármelo dos veces, cruzó el humbral de su vivienda siguiendo sus pasos.
Una vez allí dentro recodó que nunca nadie había entrado en casa de la Bruja. Nadie excepto él.
Pero era una casa de lo más normal. Los chicos del barrio imaginan animales disecados, probetas llenas de un líquido extraño y una repisa llena de libros de conjuros. Pero era un lugar que le recordaba a la casa de su abuela. Era demasiado normal.
Siguió la estela de la Bruja, lo cual le llevó hasta una habitación en la que la puerta estaba cerrada. Conforme se acercaba a la puerta, sus piernas iban apareciendo, y cuando la abrió volvieron a su estado original.
En la habitación, tras una mesa de escritorio, estaba ella con las manos enlazadas a la altura de la boca y con unas gafas que separaban sus miradas.
Entonces volvió el rostro hacia el papel que tenía en la mesa, y empiezó a escribir, como si no hubiese hecho otra cosa en toda la tarde.
-Bruja, ¿Qué me has hecho?- le pregunta Andrés, desconcertado.
Ella levantó la vista de la mesa y le observó unos instantes.
-Para empezar no soy Bruja, soy escritora. Y todo esto es mi imaginación, así que, ¿Por qué no vas a jugar a la calle y no me distraes más?
La voz que salió de sus labios era completamente diferente a la de la mujer que le había gritado segundos antes. A decir verdad, cuanto más la contemplaba menos se parecía a la Bruja.
-¿Qué clase de magia es esta? ¿Qué pasa aquí?
Ella gruñó, y se giró hacia él como resignada a darle una explicación.
-Mira Andrés. Esto es mi imaginación. Tu barrio, esta casa, esta situación, no existe. Soy escritor, y todo esto es parte de mi obra.
Y cuando acabó de hablar ya no era una mujer. Era un hombre, que con gesto cansado le sonrió y concluyó la conversación diciendo:
-Vete, antes de que te borre. Solo eres unas palabras en el papel.

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