sábado, 6 de julio de 2013

Esquizofrenia

Tengo un problema. Y es uno que no tiene explicación, que me viene sucediendo desde hace un mes.
Empezó con algún susurro ocasional. No sabía de dónde venía, pero cuando andaba por la calle en mi cabeza voces desconocidas hablaban consigo mismas, cosas que no tenían nada que ver conmigo.
Al poco tiempo este hecho se fue repitiendo, hasta que me percaté de que lo que escuchaba era sus pensamientos. ¡Podía leer las mentes! Aquello era increíble. Sabía lo que la gente pensaba, lo que querían, lo que echaban de menos. Sabía la verdad.
Pero no podía controlarlo. Aveces las voces llegaban a mí por arte de magia, y otras, por mucho que quisiese saber los pensamientos de alguien, no lo conseguía. Y es que cuando la vida nos da un don no nos da un manual de instrucciones.
El inconveniente fue cuando empecé a oír también lo que pasaba por la mente de mis conocidos. Descubrí que todo el mundo miente. Cualquiera es un hipócrita, cualquiera piensa algo malo que no dice. Que se guarda para sí mismo. Así me di cuenta de que esta habilidad no era un don. Era la peor de las maldiciones.
Empecé a perder a mis amigos, porque todos los detalles de su mente acudían a la mía, aunque no quisiese enterarme. Y aunque algunos eran positivos, otros me destrozaban. Todos tenemos una crueldad dentro que solo las peores personas sacan a la luz.
Haciendo un pequeño interludio, ¿Te imaginas un mundo en el que no tuviésemos secretos? Todo sería público. Nuestra personalidad, nuestro interior quedaría expuesto a un público ajeno y no tan ajeno. El pudor desaparecería, a la vez que las peleas serían constantes. Y solo habría dos posibles finales. O el caos más violento imaginable, o una realidad mucho mejor que esta, donde todos nos respetásemos y fuésemos transparentes. No habría confusiones, ni decepciones, ni falsedades. Pero tampoco habría sorpresas. Y eso haría que vivir fuese un desastre. Prefiero morir antes que seguir despierto aburrido. Porque la vida sin sorpresas es solo eso, una tortura constante y lenta.
La situación fue empeorando, porque al salir a un recinto público miles de palabras bombardeaban mi cabeza, haciendo que sintiese que mi frente iba a estallar. Hasta que un día pensaba tanto por los demás que no era capaz de pensar en mí mismo.
Fui al médico y consulté a todo tipo de especialistas. Aunque me decían que no me preocupase, que todo iría bien, yo sabía que en realidad creían que estaba loco. Esquizofrenia, decían. No me creen. Todos toman al que tiene la razón por un pobre hombre que ha recibido un golpe demasiado fuerte en la cabeza. Pero no tienen ni idea. Y es que no hay mayor locura que no hacer caso a los locos.
Alejandro Berraquero a 6 de Junio de 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario