miércoles, 17 de julio de 2013

Sentimientos

No sé si era algo mágico, pero hace un año y medio tuve una rara enfermedad. Los médicos no sabían cual era, ni por lo tanto como tratarla. No se parecía a nada que hubiesen visto antes, y al parecer no tiene explicación. Al menos puedo decir con orgullo, pero con tristeza, que he sido único en el mundo.
Cada dos meses, aproximadamente, sin saber por qué regla de la naturaleza se regía, uno de mis cinco sentidos dejaba de funcionar. Así de simple. Soy el claro ejemplo de que las reglas están para saltárselas.
Es difícil de creer, pero aún así puedo asegurar que no me lo estoy inventando. Ojalá mi imaginación diese para tanto. Pero cumplido el plazo que ese ser superior impuso, y tras dormir, una deficiencia era sustituida por otra. Y todo sucedía en cuestión de horas. Hay quién dice que tenía la cara muy dura, que todo era mentira. Pero está probado por multitud de especialistas. Todo era verdad.
Lo más curioso es que ahora que ha acabado, lo considero una bendición. Hay quién dice que no se sabe lo que se tiene hasta que se pierde. Pero yo añadiría algo. No hay mayor felicidad que al recuperar un tesoro que se creía perdido. 
Todo este asunto empezó con la sordera. Una mañana, al despertar, no oía nada. Absolutamente nada.
Fui al otorrinolaringólogo, que confirmó mis sospechas. Había perdido completamente la audición.
Era algo insólito, ya que estos hechos ocurren generalmente poco a poco, y las ocasiones en las que no es así es porque se recibe un ruido fuerte cerca del tímpano. Pero lo más curioso era que no me había sometido a altos niveles de decibelios. Simplemente mi oído había dejado de mandar señales al cerebro. ¿Para siempre? Por suerte la eternidad no es más que un cuento de hadas.
Pero la calma invita a pensar. Pero sobretodo, a echar de menos. Si una persona nace sorda ¿Cómo puede vivir sin saber lo que es la música? ¿O sin escuchar nunca la voz de alguien a quién quiere? Y lo más intrigante, ¿Cómo piensa? ¿En qué idioma?
Supongo que hay preguntas de las que es mejor no obtener respuesta.
Y pasado un tiempo, al empezar un nuevo día, abrí los ojos y una oscuridad se apoderó de mi mente. Me había quedado ciego, pero escuchaba a la perfección la sorpresa de los oculistas a los que consulté. El ojo no mandaba señales al cerebro. Así, sin más, la luz del sol pasó a ser un lejano recuerdo.
Además me hicieron varios estudios auditivos, pero al parecer los sonidos volvieron tal y como se fueron: Sin previo aviso.
La pérdida de visión me fue más difícil de asimilar. Pero el pánico no estaba en no volver a contemplar un paisaje, sino en que la hubiese perdido para siempre. O peor aún, que todo fuese un bucle que se repetiría interminablemente.
Al perder la vista empecé a comprender mejor el mundo. E imaginé cómo deberían de ver el mundo los que nacieron sin poder ver otra cosa que oscuridad. Pero supongo que eso dependería de la voluntad de cada uno. ¿Y tú? ¿Verías la vida diferente o todo seguiría siendo del mismo color negro? Y es que siempre hay dos opciones: Llorar en silencio o gritar que quieres colores y un pincel. Hasta los que no saben qué es un color tienen derecho a ver el mundo a su manera.
Y cierto tiempo después, me desperté sin defectos. O eso creía yo. Podía oír, podía ver... Volvía a ser el de antes. Pero la felicidad duró poco, ya que antes de que acabase el día descubrí que lo que había perdido es el olfato.
"Ah, bueno, oler no es tan importante como ver u oír", dirías. Pero te equivocas, y no sabes cuánto.
La comida sabe mejor cuando un perfume te abre el apetito. La colonia es la que te da una buena impresión. Y lo que es mejor: cada uno tenemos nuestro olor que nos hace individuales.
Y es que hasta el más pobre tiene una fragancia que identifica sus ropas y su hogar. Y eso es algo que nunca nos podrán quitar y que nos distingue como personas. Nuestro olor. Y eso es algo que verdaderamente no apreciamos y nunca sabremos apreciar, porque siempre estará ahí.
Y luego llegó el turno del gusto. Algo tan necesario como infravalorado. En esos dos meses perdí kilos que no tenía. Y es que ese sabor inicial es lo que nos invita a sacrificar nuestro físico. ¿Te imaginas que la comida no supiese a nada? Es difícil, porque hasta el agua tiene su propio sabor, aunque la tenemos tan catada que decimos que no sabe a nada.
Porque todos tenemos aficiones, ¿No? Lo que algunos sienten al escribir, otros lo sienten al comer. Y es que la satisfacción, la alegría es tan caprichosa y tan infantil que disfruta demasiado jugando al escondite. Y digo yo, ¿Sentir el sabor de un helado, por ejemplo, es malo? ¿Por qué? ¿Porque va a aumentar el tamaño de tu cuerpo? ¿Porque ya no serás como una modelo de revista? Tú tienes que ser tu propia portada.
Me gustaría llamar a la sociedad puta, pero sé que si lo fuese sería fácil de convencer. Y nunca nadie convencerá a este mundo civilizado de que la belleza reside en el interior, por mucho que idiotas como yo nos esforcemos en llevarlo como bandera.
Y llegó el día en el que tuve que arrastrarme por el suelo. No para suplicar, sino para llegar al teléfono y llamar a una ambulancia. De cintura para abajo, los músculos no me respondían. Y en urgencias me dieron una sorprendente noticia: era parapléjico. 
Sentado en una silla de ruedas se ve todo desde otra perspectiva. Al perder el tacto y el movimiento en la mitad de mi cuerpo me sentí inútil. Infravalorado. Creí ser menos que aquel que me miraba desde arriba a los ojos con una mirada cargada de compasión. Y es que hay veces en las que el arma que más duele no va cargada de balas.
Lo más frustrante era ver mi cuerpo allí y no poder moverlo. Pegarme a mí mismo golpes, ver como la piel se volvía morada y no sentir nada. Solo rabia. Y yo quería, por primera vez en mi vida, sentir dolor, gritar por las heridas. Y es que a veces el dolor es lo único que nos recuerda que estamos vivos.
Al pasar diez meses desde el inicio de esta extraña enfermedad, tanto los médicos que estudiaban mi caso como yo creímos que o bien pararía este extraño suceso o bien volvería a empezar, ya que había sufrido deficiencias de los cinco sentidos.
Pero aquella mañana al levantarme no sentí sorpresa como ellos al constatar que no tenía ningún problema.
Tampoco sentí alegría por haber acabado esta curiosa experiencia. Ni pena, por dejar de ser único en mi especie. No sentí nada. Solo sentí el miedo que se siente cuando ya no se siente nada. Mis sentimientos habían desaparecido. Debería haberme preocupado al descubrirlo, pero no fue así. La rabia tendría que haberme hecho gritar por dentro, me dejó en la estacada. La melancolía debería haberme hecho echar de menos al recordar buenos momentos que no volverían,  pero al parecer la tristeza prefería llorar sola.
Y la indiferencia me hizo perder la cabeza. No desear nada, no odiar nada. No sentir. ¿Cómo puedo ser un humano si no tengo sentimientos? ¿Como sería la vida si nadie sintiese nada? A esta pregunta ya me contesto yo: Vivir no tendría sentido si no pudiésemos sentir que estamos vivos.
Y así fue como comprendí que no hay solo cinco aspectos que nos hacen sentir. Que hay uno que los engloba a todos. Que los demás solo son complementos del verdadero sentido, también llamado sentimiento.
Alejandro Berraquero, 17 de Julio de 2013

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