Por Alejandro Berraquero
Mi
vida es una mierda. Así como suena. Te parecerá brusco e incluso poco educado
que empiece a escribirte de esta manera, pero no se me ocurría ninguna otra
mejor que te pusiese en situación de una forma más eficaz.
¿Qué
por qué mi vida es tan mala? Esa es una buena pregunta que se resume en una
simple frase: A los cuarenta años me he quedado sin trabajo, la mujer de mi
vida se casó con otro y hace un mes y medio abrí el buzón para recibir la
noticia de que mi desahucio sería inminente.
Qué
bonito es vivir y qué irónico suena, ¿Verdad?
Esto
sería mi carta de suicidio si no fuese porque aquella tarde no quise escribir
ninguna.
No
fue algo premeditado. Yo simplemente pasaba por allí, como quien dice, pero
digamos que el puente me demostró un encanto especial. Cuando me asomé a él y
vi el río que continuaba su curso hacia el horizonte, lo vi claro. Me iba a
tirar.
Miré
a la derecha y a la izquierda. Siempre he sido una persona tímida y a la hora
de morir no iba a ser menos. No había nadie, perfecto. En vida nada me salía
bien, pero cuando quería abandonarla
todo eran facilidades. Qué curiosas son las indirectas que puede uno
encontrar cuando menos se lo espera.
Me
senté en el borde y miré al vacío. Empezaron a sudarme las manos –cosa que
siempre sucede cuando me pongo nervioso- y el corazón aumentó el ritmo como si
quisiese aprovechar los últimos latidos que le quedaban. Por un momento pensé
lo gracioso que sería morirme de un ataque cardíaco cuando me iba a suicidar.
Una media sonrisa apareció en mi boca tras pensar lo estúpida que era la idea.
Nunca dejaré de sorprenderme a mí mismo.
-Perdona,
¿Tienes fuego?
Era
una chica, o más bien toda una mujer. Tendría, ¿Cuántos? ¿Dieciocho? Si eran
menos no los aparentaba, pero por muchos que tuviese no debía de pedir fuego.
Nunca
se es lo suficientemente mayor como para fumar.
-No
tengo, no fumo.
Según
varios estudios, la edad a la que una mujer es más atractiva es en la que
alcanza la mayoría de edad. No sé si tendrán razón o no, pero no creo que esa
chica pudiese ser más guapa.
Ella,
con toda la confianza del mundo tras tres segundos de conocernos, se sentó a mi
lado y prosiguió con la conversación mientras miraba hacia allí donde el río se
perdía de vista, hacia el mismo punto al que yo lo hacía.
-¿Sabes?
Yo tampoco fumaba hasta hace una semana.
Me
giré hacia ella y la contemplé largo rato. No sé por qué, pero le pregunté:
-¿Entonces
por qué ahora sí fumas?
Ella
torció la cabeza y me devolvió la mirada.
-Cuando
te detectan un cáncer terminal la salud pasa a un segundo plano, aunque suene
contradictorio.
Entonces
su expresión seria se tornó en una sonrisa y volvió a mirar al frente.
Me
quedé de piedra. Yo había recibido una carta del banco y ya me quería suicidar
y sin embargo ella, que había recibido una misiva de la muerte sonreía como si
nada pudiese ir mal.
Guardé
silencio avergonzado de mí mismo. Llegué a pensar que si pudiese le daría mi
vida, la cual yo despreciaba, a esa chica feliz, optimista y con todo un futuro
por delante.
Pero,
desgraciadamente, no podía.
Intenté
seguir con la conversación, ya que esa mujer me tenía fascinado, pero
simplemente me había quedado sin palabras.
Ella,
no.
-¿Tú
también vienes a tirarte?
Si
antes no tenía palabras, en ese momento tuve tantas que apenas pude ordenarlas
y salieron de mi boca queriendo decirlo todo, pero significando nada.
-¿Qué?
Y-y-o-yo… no, no, sí, bueno, yo no…
Ella
me interrumpió con un gesto y me ofreció la mano mientras decía:
-Yo
soy Virginia, encantada.
Qué
sonrisa, madre mía. Qué sonrisa.
-En…
encantado. Yo soy Víctor.
Apreté
su extremidad con una especie de admiración difícil de explicar. Entonces ambos
nos callamos y volvimos a mirar cómo el agua seguía su interminable recorrido.
Uno
de los pequeños placeres de la vida que poca gente conoce, es compartir con otra
persona un silencio sin que resulte violento. Qué bien sonó en esos minutos en
los que ninguno de los dos hablamos…
Esta
vez el que habló primero fui yo.
-Antes
has dicho “también”. ¿Es que tú te vas a tirar?
Parecía
que lo tenía ensayado cuando empezó a hablar.
-Una
vez alguien me dijo que hay que anticiparse a la vida, que hay que estar
preparado para todo lo bueno o malo que te pueda dar. Así que antes de que la
vida me empuje, me tiro yo.
Hizo
una pausa en la que enfocó directamente mis pupilas y dijo:
-¿Dónde
preferirías morir? ¿En un puente, rodeado de la naturaleza y de esa vida que se
te escapa o en una cama de hospital, lamentándote de no haber tenido más
tiempo, de no haber consumido más oxígeno, de no haber dado la vuelta al mundo
en lugar de estar sentado en casa frente a la televisión?
Obviamente
era una pregunta retórica, pero parecía que yo me había propuesto quedar como
un idiota.
-En
un puente.
Ella
sonrió, pero no con la boca –como llevaba haciendo todo el rato-, sino con los
ojos. Era como si tras toda una vida de incomprensión por fin sintiese que
alguien la estaba entendiendo.
-Y
tú, ¿Por qué te quieres tirar?
No
la conocía de nada, ni siquiera sabía si de verdad se llamaba Virginia, pero le
conté todos mis problemas desde el primero, hasta los que acabaron hace mucho.
La enfermedad de mi madre, el alcoholismo de mi padre, los problemas del
colegio, los amigos que se fueron y no volvieron, los besos no correspondidos,
los sueños no compartidos, el fracaso laboral, lo salado de las lágrimas en soledad,
lo grande que se hace el hueco que ocupaba una persona tan pequeña, el miedo
que me produce el lado opuesto de la cama en el que no hay nadie, la
perspectiva de quedarme sin mi propia casa y la certeza de que por más que mire
a un lado y a otro sigo sintiéndome solo aunque esté rodeado de gente.
¿Sabes
qué es lo que se siente cuando algo que te obstruye la garganta y te impide
respirar desaparece y el aire vuelve a entrar en tus pulmones? Así me sentí yo
cuando, sin tener ni la más mínima idea ni interés de lo que marcaba el reloj,
le conté mi vida a esa chica de dieciocho años con cáncer terminal.
-Hagamos
un trato –me dijo –yo me tiro por ti.
La
miré alarmado, pero continuó hablando.
-¡Sí!
No me mires así, sabes que no es ninguna locura. Yo muero en un lugar mucho
mejor que una cama de hospital y tú, por honrar mi memoria, no te tiras y
luchar por vivir.
Esto
último lo dijo sonriendo pero con lágrimas en los ojos. La entendí. Había
encontrado un sentido a su muerte, aunque no fuese más que darme a mí un motivo
para luchar.
Hoy
que escribo esto en el ordenador de un cibercafé un mes después de que
conociese a Virginia, esa chica que me hizo volver a creer en la especie
humana.
A
mí me desahuciaron, no encontré trabajo y la suerte no me sonrió, pero yo no me
tiré y sigo vivo. Por ella, por lo que hizo por mí.
A
la mañana siguiente de nuestra conversación compré todos los periódicos locales
que encontré y leí la noticia de su suicidio. Cada editorial se inventaba
historias de lo más variadas sobre el porqué de su salto al vacío. Malos
resultados en los exámenes de acceso a la universidad, el fin de su relación
sentimental con el chico con el que llevaba años y del que estaba enamorada, su
personalidad depresiva desarrollada en una infancia complicada sin la presencia
de sus progenitores y con demasiados padres adoptivos, cierto tira y afloja con
las drogas…
Pero
todas estaban de acuerdo en algo: En no mencionar ninguna enfermedad terminal
ni nada por el estilo. Ella no era más que una suicida con una vida cargada de
problemas que se encontró conmigo por casualidad y que no hizo más que darse a
sí misma una excusa para tirarse. Virginia me había mentido.
Y
con su mentira, me había salvado la vida.
Hoy
ha cambiado mi percepción de todo tras ver como una niña de dieciocho años, con
toda una eternidad por delante, se tiraba al vacío.
Así
me he dado cuenta de que hasta las flores más bonitas pueden morir sin llegar a
marchitarse si las maltratas lo suficiente.
Qué
pena que no nos queramos dar cuenta.
Alejandro
Berraquero, a 25 de Mayo de 2014 en hastaquesecolapselainspiracion.blogspot.com
¿Por qué cojones lloro cada vez que escribes? Vale, soy yo, que soy muy sensible. Pero ante tal semejante obra de arte no lo puedo evitar.
ResponderEliminarMagnífico relato, como todos y cada uno de los tuyos. Es admirable como escribes sobre cosas tan tristes como un desahucio, un divorcio o un cáncer terminal, y lo transformas en algo digno de leer.
Te admiro enormemente por tu talento. Un besazo.
Me dejas sin palabras, muchísimas gracias
EliminarGrande Berra , se me ha dado por leer esto a ver que tal y muy bien perro. Sigue así , lo mismo me paso más por aquí a ver lo que escribes. Enhorabuena por el premio , espero que te lleves alguno que otro e invites a los hippies jajaja ya te puedes hacer famoso para ello ;P
Eliminarme ha gustado mucho, sobre todo el tema, el suicidio me parece algo fantástico e interesante sobre lo que escribir si señor sigue así
ResponderEliminar