domingo, 8 de noviembre de 2015

Amalia

Este relato está escrito por mí, pero no desde mi perspectiva, sino desde la de mi tía Mali. Está basado en hechos reales y está dedicado no sólo a mi abuela Amalia, sino a sus hijos Pedro, Juan Luis, Antonio, Mali y Luciano. Porque ellos entienden mucho mejor que yo qué dicen estas palabras.
Un abrazo.


Amalia
Dicen que mi madre tiene depresión.
Eso dicen los médicos. Los doctores. Los profesionales. Los especialistas. No yo. Porque sé que es imposible. Sé que ella no se rinde nunca, y también sé que no lo hará ahora. No lo creo. Lo sé.
La vida te da sorpresas, y no todas tienen por qué ser buenas. La primera, es el nacimiento. ¿Dónde nacemos, cuándo, con quién? Quizás las dos primeras no sean tan importantes como parece a la hora de determinar nuestra felicidad. Pero la última, es decisiva.
Mi madre nació en Hinojosa del Duque. Para todo aquel que no lo sepa, es un pueblo situado en la provincia de Córdoba, en Andalucía. Hasta ahí todo bien, es un pueblo precioso, pero lo hizo en 1932. A los tres años, perdió a su padre. Y sí, has hecho bien tus cuentas. Cuando tenía cuatro años, una guerra civil, como si de una granada de mano se tratase, le estalló en las manos. A ella, y a millones como ella. Y sólo tenía cuatro años.
Los recuerdos son ese polvo que vuela cuando soplamos sobre la tapa de un libro viejo. Cada mota que se esparce es el detalle de un instante. Éste tuvo un lugar, un tiempo y unos protagonistas, pero nunca volverá a suceder. Quizás eso es lo que hace especiales a los recuerdos: Son tan intangibles como ese polvo que se funde con el aire.
La principal diferencia entre los recuerdos y la historia, es que la segunda está escrita en los libros. Tú puedes engañarte a ti mismo e, incluso, recordar situaciones que nunca existieron. Sin embargo, por mucho que taches y escribas de nuevo sobre las hojas de un libro, la mancha que has dejado cambiando el pasado seguirá ahí, y nunca podrás borrarla.
No sé quién escribe los libros de historia, ni tampoco qué dicen. Pero sí conozco los recuerdos de mi madre. O al menos, lo que recuerda de ellos. Ella vio cómo en la plaza de su pueblo se anunciaban los nombres de los hombres que iban a ser fusilados, mientras sus mujeres lloraban. Vivió cómo su madre, Lola, mi abuela, amamantaba a sus hijos, porque la angustia por sus maridos les había quitado hasta el alimento de sus pechos. Respiró el oxígeno mientras contemplaba, sin ser consciente de ello, cómo su infancia se esfumaba, sin apenas haber llegado, aprendiendo a leer por sí sola y escapando hacia Jerez a los once años, para buscarse la vida. Para trabajar.
Allí junto a mi padre, fundó una familia. Cinco hijos. Los tuvo en su casa, sin epidural, y sin ayuda, sin otra cosa que su esfuerzo, los sacó adelante. Luchó por ellos, igual que lo hizo por sí misma. Luchó, como lo sigue haciendo hoy, por y contra la vida.
Hay quien dice que si eres bueno con los demás, ellos lo serán contigo. Por ende, si eres bueno en la vida, te verás recompensado. Pero no siempre es así. A veces, todo no es suficiente.
El primer golpe vino con el linfoma. Lo aguantó.
El segundo vino con el ictus. Lo aguantó.
Y luego, llegó la enfermedad de mi padre.
Podría contarte cuánto sufrió. Él o ella. O nosotros, sus hijos, pero no lo entenderías. Algo que explica muy bien cómo es mi madre, fue cómo se comportó aquella noche, una de tantas de las que estuvo en vela, en la que mi padre tuvo una hemorragia. Se encargó, y cuando yo llegué, no quería descansar o llorar. Sólo quería que yo no viese la situación, que yo no sufriese. Ella pudo con todo.
Hoy, meses después de que mi padre nos dejase, nos dicen que tiene depresión. La analítica, sin embargo, habla de anemia, infección de orina, de niveles demasiado bajos de potasio. Etcétera. Hoy, mi madre ha sido ingresada con urgencia. 
Que venga uno de esos profesionales, de esos médicos, y me digan dónde está la depresión ahora.
Lleva más un mes luchando. Otro, mejor dicho. La desorganización del personal médico, que le da el alta sin diagnosticar nada y que nos obliga a volver a empezar semana tras semana, no ayuda. Hoy, no sé si tiene ganas de luchar o la han machacado tanto que ya no puede más. No lo sé. Lo que sí sé es que nosotros lucharemos junto a ella, Amalia, nuestra madre. Sé que no está sola y ella también. Sé que se pondrá bien y que seguirá hacia delante. Por sus hijos, por ella, por sus nietos y por toda la familia que tiene detrás. Porque hoy, en esta batalla no lucha sola.
Porque te queremos, mamá. Porque hoy estamos contigo.

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