domingo, 22 de noviembre de 2015

Orgullosos

Este texto fue el que leí el pasado Jueves en el funeral de mi abuela Amalia, de la que os hablé hace un par de semanas. Está escrito en memoria de ella y de mi abuelo, los cuales ya no están. Un abrazo.

Orgullosos

Hace poco leí, no recuerdo bien dónde, una pequeña historia. En ella, un hombre, que llevaba toda su vida viviendo de manera pasiva y sin hacer nada por nadie, falleció. Al llegar a las puertas del cielo, no había nada, sólo una gran explanada vacía. Entonces, le preguntó al ángel, ¿Dónde está mi paraíso? Y él le dijo: Este es. Has tenido toda tu vida para construirlo.
Hoy estamos aquí para despedirnos de Amalia, que se ha ido a ese paraíso que ha construido con nosotros, pero yo no querría despedirme sólo de ella, sino también de mi abuelo Pedro. Siento que se lo debo a ambos, y siento que hoy es el momento oportuno para hacerlo.
Hoy voy a referirme a vosotros en presente, abuelos. Todos deberíamos de hacerlo. Tanto al hablar de mi abuela Mali, que se acaba de ir, como de mi abuelo Pedro, que lo hizo hace casi cinco meses, no debemos usar el pasado. Porque no se han ido, porque siguen aquí. Porque siguen viviendo en todos y cada uno de los aquí reunidos.
Son muchas cosas las que podría decir de mi abuela Mali. Podría hablaros de las patatas fritas, de los spaguettis, de los guisos, de la berza, de las tortitas, de los filetitos empanados, de sus pucheros en Navidad. Pero no quiero haceros la boca agua. Será mejor hablaros de lo feliz que es ella viendo la felicidad de sus nietos, sus hijos, y la familia de los mismos al compartir mesa con ella, una mesa que ella misma había construido.
Podría hablaros de los caramelos que nos da en ingentes cantidades, de los dulces, de los heladitos... pero no quiero que se enteren mis padres.
Podría hablaros de lo fuerte que es siempre. Como una roca. Aguantó todo lo que tuvo que aguantar y más, y siguió hacia delante. Y lo hizo por Perico, Juan Luis, Antonio, Mali, Luciano, Pedro, Alejandro, Lucía, Paula, Celia, Mirian, y así hasta completar la lista que formamos todos los que estamos, y los que, por desgracia, no pueden estar aquí. Ella sabe que la queremos y que no la olvidaremos nunca.
Antes he dicho que tiene que aguantar muchas cosas. Y sí, una de ellas era al cascarrabias de mi abuelo Pedro. Es un gran hombre. Podría comentar sus innumerables cualidades, las cuales hablan por sí mismas, y resaltar los valores que defendía, así como la felicidad que nos transmite a todos. En lugar de eso, voy a contaros dos anécdotas suyas, para que os hagáis un poco a la idea de cómo es.
La primera es de aquel día en el que yo me iba de intercambio, y pasé por su casa a despedirme. Como es natural en los abuelos, me dieron un dinero para que trajese recuerdos y disfrutase lo máximo posible en el extranjero. En un momento de la visita, mientras mi abuela Mali estaba en el balcón con mi padre, me cogió del brazo y me dijo susurrando: "Cucha, que yo le he dado más dinero a tu padre para ti. Pero, sh, que no se entere tu abuela". Me reí con él del asunto y le dije que su secreto estaba a salvo conmigo -y claro, todo entre susurros-. Una vez de camino al coche, mi padre me contó cómo mi abuelo, al saludarle y darle la mano, le dio los billetes que escondía en ella.
La otra historia no la viví yo en primera persona, pero mi padre me contó cómo recuerda aquel día en el que mi abuelo, tras llevar unos días algo mal del oído y no ser capaz de entender lo que los de su alrededor le decían, le dijo a mi padre que podía oir bien. Momentos después, dijo, entre improperios: "Debería haberme callado y haberme enterado de qué confabulabais vosotros", todo dicho, como es evidente, antes de unas risas.
Volviendo a mi abuela, este verano, alquiló un pisito en el puerto, a los pies de Valdelagrana, y convivió allí unos días con mis tíos. Una tarde al volver tras la piscina, la luz se había ido en el edificio y, por lo tanto, el ascensor dejó de funcionar. Mientras mi tía bregaba con mis dos primas, mi abuela subió por sí sola, y sin parar a descansar, nueve pisos de escaleras. Era una luchadora. Eran unos luchadores. Hoy, muchos de nosotros estamos aquí gracias a ellos, y nunca podremos agradecerles lo suficiente lo que nos han dado: La vida.
Hace poco escribí un texto en homenaje a mi abuela, en forma de apoyo en su enfermedad a ella y a sus hijos. Acababa diciendo que en esta batalla nos tiene a todos a su lado. Que la queremos.
Hoy, vuelvo a escribir sobre ella, pero ella ya no necesita luchar en ninguna otra batalla. Hoy, Amalia descansa junto a Pedro, en el paraíso que construyeron, mientras ella cocina maravillas y él, como siempre, se queja de que puede hacerlo mejor, aunque no lleve razón. Hoy, Amalia y Pedro se dan la mano y pasean allí arriba. Hoy, nos miran y sonríen. Hoy, y siempre, estarán orgullosos de lo que han conseguido, de su familia. De nosotros.

Por Alejandro Berraquero, a 19 de Noviembre de 2015, en hastaquesecolapselainspiracion.blogspot.com


2 comentarios:

  1. Siento no haber estado de apoyo en su momento, por desgracia, me entero hoy. Supongo que es algo que a la gran mayoría le llega y como siempre en esta vida toca dar la cara y sacar lo bueno de donde no lo hay. Y hoy, desde aquí, te animo a hacerlo, y posiblemente mañana si te veo procuraré como siempre, ser una distracción y un apoyo más, aunque estoy seguro que ya tienes los que necesitas. Creo que mañana no será necesario aludir al tema, así que un abrazo.

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    1. ¡Muchas gracias por tus comentarios y por tu apoyo!
      ¡Un abrazo!

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