“Y tú te fuiste,
No puedo permitirme estar triste,
Sigo en el sitio del que huiste,
Aguantando embistes.”
-Pedro Navarro (Foyone)
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Castillo de Playa Cruz del Mar, Chipiona, en la entrega de un premio, en 2013. |
¿Recordáis el último relato, llamado "¿Socorro?"? Si no sabéis de qué estoy hablando, pinchad aquí y podréis leerlo -es muy corto, no os preocupéis -.
Si no os apetece o creéis recordarlo más o menos, podéis leer este texto de manera completamente independiente.
Voy a empezar una especie de proyecto con esta historia, llamado #SinPenaNiGloria. Tal cual. Será un conjunto de relatos que seguirán la historia de este chico, Manuel, que ha sido secuestrado y escribe qué le está pasando en un cuaderno para no aburrirse, como si hablase con un amigo imaginario.
Os dejo en cursiva ciertas frases que me gustaría resaltar. Puede que empiece a hacerlo más a menudo.
Os dejo en cursiva ciertas frases que me gustaría resaltar. Puede que empiece a hacerlo más a menudo.
Sin más, aquí os dejo con:
#SinPenaNiGloria II: Penoso
Escribir aquí es como tener un amigo imaginario. Puedes
encenderlo y apagarlo cuando quieras. Sabe escuchar, no hace preguntas que no
quieras responder y hace que no te sientas solo. Por eso la soledad sólo merece
la pena cuando se comparte.
Joder, si al final va a resultar que soy poeta y todo.
Decidido, si salgo de aquí con vida –porque si salgo sin ella las decisiones
que tome ahora tampoco tienen ninguna relevancia –voy a probar suerte en esto
de la escritura. Es que no sé, me estoy leyendo a mí mismo y no sueno mal. Está
feo que yo lo diga, pero es que a estas alturas si no me valoro yo nadie lo va
a hacer. Parece que incluso tengo vocabulario. Ya sabes, multitud de palabros.
Flipa, palabros. Mi profesor de Lengua del instituto estaría orgulloso de mí. Y
pensar que apenas pasé del cinco en su asignatura. Aunque la verdad, tú ahora
mismo me pones a analizar una frase morfosintácticayoquesémente y no tendría ni
idea.
Bueno, la última vez que te escribí estaba escuchando ruidos
de alguien que bajaba. No tengo que disculparme por irme sin despedirme en
condiciones porque no existes y no tienes sentimientos, es decir, no te sientes
ofendido, no tengo que cuidar tu amistad, ni tonterías de esas. Total, cuando dejé el
cuaderno, no solté el bolígrafo para usarlo como arma en caso de necesidad. Me
puse de pie y lo primero que hice fue pegarme a la pared. Ya sabes, como un
aventurero de esos raros. Es que no sé cómo explicarme. A ver, se supone que
quién fuese a bajar, lo haría por la escalera, ¿No? –bravo por mi descomunal
inteligencia -. Pues bien, yo me puse pegado a la pared de tal manera que al
bajar no me viese, y en cuanto se alejase de la escalera, ¡Zas! Golpe por detrás.
Suena heroico, ¿Eh? Pues qué va. Los ruidos que había escuchado eran,
efectivamente, de alguien desatrancando la puerta. Pero ese alguien no era
Juan, ese conductor que con tan buen rollo me había secuestrado, sino tres
tíos.
Imagino que tú serás un especialista en tropecientas artes
marciales y podrías haberte cargado a los tres en un plis, plas, pero como no
existes no pudiste ayudarme. Me alejé de la pared y me puse en el centro de la
estancia, pretendiendo no sé, causar buena impresión o algo. Los hombres no
llevaban pasamontañas ni nada que les cubriese la cara. Para qué, eso es de
aficionados, ¿No? Ellos a pelo, a lo valiente, dándolo todo. No eran armarios
empotrados ni típicos gorilas de discoteca. Si no tenían ya medio siglo de
vida, lo rozaban peligrosamente. Uno era muy alto –me sacaba casi una cabeza –
pero los otros dos eran mucho más bajitos que yo, con sus canas, su barriguita
cervecera y todo. Uno de ellos incluso se estaba quedando calvo. Al verlos me
sentí bastante decepcionado. Si esos habían podido secuestrarme, ¿Qué nivel
tengo yo?
-¿Cómo estás?
Fue el calvo el que habló primero. Yo me quedé loquísimo.
Nunca he sido un rehén, pero vamos a ver, “¿Cómo estás?” Es que es de guion de
película mala.
Yo no dije nada. ¿Qué quieres que le dijese? ¿“Perfe, échame
una caña”? Estuve inmóvil como una piedra, agarrando el bolígrafo como si se
tratase de un cuchillo afiladísimo dispuesto a atravesar un corazón.
-Es que yo no sé explicárselo. Juanma, hazme el favor hombre.
-Pero si lo hemos hablado antes de bajar, te ha tocado a ti.
-Sí, pero es que no tengo ni idea de cómo empezar.
Como lo lees. Discutiendo entre ellos. O sea, me habían
encerrado tres pardillos que no tenían ni idea de nada. Si fuesen
profesionales, pues mira, me sentiría mejor. Estaría cautivo, sí, pero tendría
mi orgullo intacto. Habiéndome dejado pillar por esos tíos no podía parar de
pensar que era aún más estúpido de lo que te escribí al principio.
Los dos que habían hablado eran el calvo y el alto. Al final
el alto, el tal Juanma, se dirigió a mí.
-Chico, en primer lugar, deja el boli porque no vamos a
hacerte nada.
Sí, y un carajo. ¿Darles el boli y qué más? ¿”No vamos a
hacerte nada”? Es de primero de víctima que los tipos malos siempre te hacen
daño después de decirte que no te lo van a hacer.
-Mira, yo soy Juanma y éstos son Carlos y Antonio. ¿Tú cómo
te llamas?
¿Estás de coña? ¿Me secuestran antes de saber mi nombre?
Ante mi cara de “tú eres tonto o qué te pasa” –que puede ser muy expresiva por
cierto –Juanma tuvo que darme explicaciones.
-Vale, perdona. Sabemos que te llamas Manuel, es sólo –miró a
sus compañeros –que estamos un poco nerviosos. Nunca hemos secuestrado a nadie
ni nada de eso y no queremos meter la pata.
Pilla.
-Pero a ver, que no queremos hacerte daño. Queremos
que entiendas nuestra situación, que empatices con nosotros y nos ayudes.
Pilla.
-Cuando todo acabe, te dejaremos en libertad y tan amigos.
Venimos con la cara descubierta para demostrarte que no tenemos nada que
ocultar. Te hemos dejado tus cosas para que veas que no queremos robarte nada o
algo así, aunque hemos revisado tu equipaje por si tenías algo punzante, espero que lo comprendas.
Pilla. No, en serio, toma castaña. Con dos pares, ¿No?
-¿Qué?
Esa fue mi respuesta. Concisa, directa y expresiva. Para qué
más.
-Mira, nosotros somos profesores.
El que habló fue Antonio –el bajito con pelo –y se veía que
era, de lejos, el más nervioso. Hablaba tan rápido que hay palabras que no
entendí, por lo que me inventaré lo que no pueda repetirte. Total, que no
existes, que a ti te da igual, pero yo te lo aviso.
-Somos profesores en un instituto. Es de Jerez, se llama
CEIP La Ina, no sé si lo conoces. Pues verás, va a cerrar por la mala gestión
de la dirección en los últimos años y cientos de niños se van a quedar sin
poder terminar la mitad de curso escolar que queda. Con toda probabilidad, no
podrán recuperarlo y perderán un año de sus vidas. ¿Sabes lo que significa eso?
Muy bien, muy bonito, ¿Y qué pinto yo ahí? No lo dije, pero
no hizo falta. Juanma volvió a tomar la palabra.
-Te estarás preguntando qué tienes tú que ver en todo esto.
En realidad nada. Nosotros queríamos coger al hijo de la ministra de educación,
pero como ves nuestros medios son limitados. Antonio es ingeniero informático y
conoce unos cuantos truquitos. Hemos mandado comunicados a los medios de
comunicación y tal encriptando nuestra localización, bla, bla, no tengo ni idea
de cómo funciona eso. El caso es que tu secuestro está en todos los
telediarios, y por lo tanto el caso de La Ina también. Llevamos menos de un día
en las noticias y la policía ya se ha puesto en contacto con nosotros.
Quieren
una prueba de que estés bien y tal, y nos gustaría hacerte un vídeo en el que
expliques esto que te estamos explicando y te pongas de nuestra parte.
Me quedé un rato calladísimo, en silencio total. Ellos
esperaban mi respuesta, una reacción por mí, algo. Lo que estaba claro es que
eran tres locos. ¿Secuestrar a un chaval para llamar la atención? Que hubiesen
hecho una manifestación o una recogida de firmas como todo el mundo, joder. Esa
gente está mal de la cabeza.
-¿Y después de hacerlo me dejáis libre?
-Cuando la Junta de Andalucía se comprometa por escrito a
subvencionar a nuestro colegio, sí. Ten en cuenta que no hemos dado nuestra
identidad y Antonio lo ha cifrado todo a la perfección,
podríamos ser
cualquiera. Sólo tú sabes quiénes somos, y si confiamos en ti es para que tú
también lo hagas en nosotros.
No creo que tuviese otra opción.
-Vale, lo haré.
Después de darme las gracias cientos de veces –que te
ahorraré -, me dijeron que en unas horas bajarían con una cámara y comida.
Estoy muerto de hambre, pero creo que ya van a bajar. Estoy escuchando otra vez
cómo se desatranca la puerta.
Pensarás que estoy aliviado, contento o esperanzado, y
quizás debería estarlo, pero no puedo evitar pensar en que es patético que tres
tíos tan penosos me hayan secuestrado.
Quizás sea porque soy tan penoso como ellos.
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