martes, 6 de mayo de 2014

La Jefa

Por Alejandro Berraquero
6 de mayo de 2014

Mi primera palabra podría haber sido suelo, ropa o cuna, pero fue mamá. No sé si lo fue por moda -dado que todos los bebés hacían lo mismo- o por el simple hecho de que la que me levantaba del suelo cuando me caía dando mis primeros pasos, la que me quitaba y ponía la ropa cada día y la que me elevaba de la cuna por las mañanas era mi madre. El caso es que esas fueron las primeras letras que logré ordenar con algo de sentido.
Ha pasado mucho tiempo desde aquel entonces en el que ella me cambiaba los pañales, pero hoy estamos igual que hace dieciséis años. Sigue pendiente de mis cagadas, de mis errores, para echarme una mano en limpiar el estropicio cuando le dejo y puede, y eso me desespera. Pero creedme, eso no hace que la quiera menos.
Ella es la jefa. Siempre mirando por encima del hombro para que todo esté en su sitio, encargada de que la sangre no deje de circular por nuestras venas, en un estado de constante preocupación, veinticuatro horas al día. Yo nunca he entendido a las madres, ¿Para qué hacen el inhumano esfuerzo de traernos al mundo si lo único que cobran lo hacen en disgustos? Supongo que será porque en realidad no hay nada más humano que una mujer que se desvive por su hijo.
Antes he hablado de nosotros, en plural, y es que no solo tiene que cargar conmigo a cuestas, también debe hacerlo con mi hermana. Fuimos un dos por uno situado en otoños distintos, separados por varios miles de días. Dos personas con ganas de ver mundo, dos problemas que se englobaban en una gran responsabilidad, la cual nuestra madre ha cumplido con creces.
Me gusta pensar que las canas que hay en su cabeza no son culpa mía, pero mentiría si dijese que no merezco que se me adjudique ni una sola. Todos nos hacemos viejos, y mientras ella va ganando arrugas y se va volviendo más y más fea, parece que yo soy cada vez más joven. Qué duro tiene que ser para ella ver como el enano que antes no la dejaba ni respirar es ahora un adolescente al que ella no deja hacer lo propio. Los papeles se han invertido, y es que el tiempo todo lo cambia,
Hoy no escribo esto porque hace cuarenta y ocho horas fuese el día de la madre, sino porque da la casualidad de que hoy, hace cuarenta y tres años nació una de las personas más importantes del mundo y sin duda la mejor que hay en mi vida. Hoy es el cumpleaños de mi mamá.
Sé que nos hemos peleado demasiado, hemos discutido por tonterías, nos hemos gritado e incluso dicho cosas horribles que ninguno de los dos debería de haber pronunciado ni escuchado, pero hay que pasar página.
Sé que más de una vez me he comportado como para tirarme y estamparme contra la pared, que en más de una ocasión me he ganado ser dado en adopción y que más de dos, tres y cuatro veces, me he merecido que me desahucies y no me dejes estar bajo tu techo, pero aquí estoy. Escribiendo en un ordenador, sentado en el cómodo sofá del salón de nuestra casa, con una imaginación desarrollada por todos los libros que me has comprado, por todas las películas que hemos ido a ver, por todas esas veces que has sacado tiempo de donde no lo había para llevarme a la biblioteca, por todas esas horas en las que me has obligado a estudiar y me he quedado embobado mirando al suelo y fantaseando con las manchas de los azulejos. Y todo eso gracias a ti, mi madre -y por supuesto al gran ausente en este texto, mi padre-.
Ahora debería de seguir dando las gracias, pero pido perdón. Siento no haber sido perfecto y haberte hecho pasarlo tan mal. Me arrepiento de todas las broncas, de todos los errores, de todas las lágrimas, de todo lo malo. Lo lamento todo, excepto ser el hijo de una mujer tan increíble y maravillosa como tú.
Te quiero, aunque a veces pueda parecer que no.
Alejandro Berraquero, a 6 de Mayo de 2014 en hastaquesecolapselainspiracion.blogspot.com

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