A
continuación, reproduciré el fragmento inicial del mensaje de Nochebuena de
Felipe VI.
“Buenas
noches.
Quiero,
en primero lugar, daros las gracias por abrirme vuestras casas en esta
Nochebuena. Un momento que es, sobre todo, de cercanía y reencuentro, un
momento para aproximarnos, para mirarnos con la voluntad y el deseo de
entendernos, para transmitir a las personas que nos rodean nuestros mejores
sentimientos de afecto, de paz y de alegría.”
¿En
qué momento habéis dejado de leer? No, en serio, ¿En qué palabra exactamente
habéis dejado de ver palabras y habéis sustituido todo por un simple bla, bla,
bla?
Si
hubieseis estado atentos, os habríais indignado. Porque, ya no refiriéndome al
texto, ¿Cuántos de los que estáis ahora mismo leyéndome prestasteis atención a
la televisión cuando vuestra abuela puso en Nochebuena el discurso del rey?
¿Alguien lo estuvo? Sinceramente, entre el jamón, el marisco, la bebida y la familia,
creo que pocos escucharíais atentamente a la voz del televisor.
Probablemente,
lo que sí habréis visto algunos, serán esos “análisis” que realizan al día
siguiente los telediarios de las principales cadenas televisivas, en los que
escogen fragmentos, repito, escogen fragmentos, y los comentan, explicando la
alusión a la corrupción y la renovación o continuidad de sus palabras en la
monarquía.
Pero
hoy, y únicamente de ese fragmento inicial que ya os he expuesto, voy a
realizar un sencillo comentario.
“Quiero
daros las gracias por abrirme vuestras casas esta Nochebuena”
Así
empieza. Y olé sus cojones reales. No, en serio, me parece irónico aquellos
que, aún tras leer estas líneas, tilden a este rey de cercano. ¿Cercano?
Desde
que comenzó la crisis, hace ya aproximadamente dos años, ha habido unos
cuatrocientos mil desahucios. Una persona que está al frente de una institución
que únicamente tiene la función de representación y que recibe de las arcas
públicas casi ocho millones de euros al año no puede decir en un medio público
que nos agradece que le abramos nuestras casas. Es como si te roban en la
esquina con una navaja y te dan las gracias por no oponer resistencia.
¿Cuántos
desahucios se podrían detener con el dinero que cuesta la monarquía?
¿Cuántos
niños dormirían en su cama?
¿Cuántos
padres no llorarían a escondidas por pura impotencia?
En
la segunda parte del fragmento dice que este es un momento de cercanía, de
reencuentro… en resumen, que es para estar con nuestros seres queridos.
Ahora
imagínate que eres una mujer de unos cincuenta años. No, en serio, imagínatelo.
Piensas que estás en tu sofá, con la estufa, mirando el televisor y de la mano
de tu marido. Estáis viendo el discurso, por curiosidad, porque no echan otra
cosa, por lo que queráis. Tu hijo no está con vosotros porque tras acabar sus
estudios, no pudo encontrar trabajo en este país donde hay más de cuatro
millones y medio de parados, de los cuales aproximadamente la mitad no recibe
ayudas y tuvo que emigrar a un país de esos en los que todo va genial.
Estáis
los dos ahí, echándole de menos, sabiendo lo mucho que le habría gustado a él
que le hicieses su cena favorita en un día tan especial, y ves como ese hombre
que cobra tanto, dice que estas fechas son de reencuentro. Un reencuentro que
en tu caso no será posible porque ni tu hijo ni vosotros tenéis dinero para
viajar.
¿Cuántas
ayudas se podrían dar a las empresas para que contratasen a esas personas que
están desempleadas con los ocho millones que cuesta la monarquía al año?
¿Cuántas
ayudas se podrían dar a esas personas que tienen que darles un techo, comida y
educación a sus hijos?
Deberíamos
plantearnos si la monarquía y el desarrollo del país no son antónimos y si decir en la misma frase “¡Viva el Rey!” y “¡Viva España!” sale
rentable.
Por Alejandro
Berraquero, a 28 de diciembre de 2014 en
hastaquesecolapselainspiracion.blogspot.com
Por fin lo leo , aunque me abstengo totalmente de comentar opiniones de tipo políticas.
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