"Deberían de prohibir los libros para que os diese morbo leerlos."
-Manuel González (Tote King)
ESTE SÁBADO, PRESENTACIÓN DE MI NUEVO LIBRO:
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Tarjeta de invitación a la presentación, por Loli Soto |
Prólogo:
Doce y media de la noche. Domingo, 24
de enero de 2016
“La vida te da una patada
en el barranco y te regala la caída.”
Las
manecillas del reloj marcaban las doce y media cuando Marta, a tientas,
encontró la cerradura de la puerta de su piso de estudiante.
Llevaba
viviendo en Sevilla un par de años, estudiando Derecho en la universidad Pablo
de Olavide, y cuanto más avanzaban los cursos, menos le gustaba la carrera. La
sensación de que aquello no iba con ella la asaltaba constantemente, pero le
faltaba valor para decírselo a sus padres. Puestos a decir la verdad, no la culpo.
Comunicar a quienes han estado pagando la luz, el agua, la comida, los apuntes,
y ese infinito etcétera, que lo que han estado haciendo ha sido tirar el dinero,
no es fácil. Por eso había vuelto a su casa con la intención de ir directamente
a su dormitorio. No para dormir, más quisiera ella, sino para estudiar el
examen de derecho civil que tenía al día siguiente –el cual no llevaba bien
encaminado, por decirlo de una manera suave –.
Era
un tercer piso, sin ascensor, tal y como rezan los buenos cánones de las
construcciones antiguas del barrio de Triana. Estaba situado en torno a la
mitad de la calle San Vicente de Paul, entre una frutería y una copistería,
cercano a varios bares –que se llenaban las noches que el equipo del mismo
nombre que la localidad jugaba –y a un colegio. La vivienda en sí no tenía nada
del otro mundo. Una cocina –que se traduce en una estancia estrecha frente a la
entrada-, un salón –bastante grande, que comunicaba con una terraza y era de
paso obligatorio de camino a los cuartos -, un baño –pequeño y simple, con lo
básico –y tres dormitorios –de los cuales dos tenían una ventana que comunicaba
con la calle y otro con el patio comunitario -. Marta ocupaba este último. Lo
tenía ordenado, limpio y no excesivamente decorado, aunque el toque femenino
era tangible. El inmueble pertenecía a sus padres desde hace muchos años, por
herencia, así que los costes de sus estudios eran reducidos para ser los de una
jerezana estudiando en la capital andaluza –y pese a ello, era un lujo que su
familia no podría permitirse sin la ayuda de las becas –.
Cuando
llegó allí aquella noche, se suponía que en breve tendría que ir con su
compañera de piso –Alicia –y los novios de ambas por ahí de copas. ¿Ganas? No
demasiadas. ¿Qué por qué se dejó convencer? No tenía ganas de discutir. ¿Cuál
es el motivo de que diga que se suponía? Que en cuanto viese a Alicia le iba a
decir que tenía que estudiar y que se olvidase de ir de fiesta con ella. No se
sentía muy cómoda haciéndolo, pero no le quedaba más remedio si no quería
suspender. Además, se había dejado parte de sus apuntes en Jerez, apuntes que
la misma Alicia le había traído. O al menos eso esperaba, porque le había
repetido mucho a su padre que fuese a dárselos a la estación. Sin ellos, el
suspenso era más que probable.
Sin
embargo, al abrir la puerta y entrar en el piso todo eso pasó a un segundo
plano. Lo primero que le impactó fue el fuerte olor a marihuana y alcohol que
le llegó nada más traspasar el umbral, pero por desgracia no fue lo último.
Pasó al salón y allí se encontró a Andrés –su novio –y Pablo –el novio de
Alicia –dormidos en el sofá. En la mesa que tenían justo delante había un par
de porros y vasos llenos de lo que a todas luces parecía ser ron con cola. Además,
los porros estaban sobre una sartén. En la oscuridad, no pudo ver mucho más.
¿Qué sentido tenía? No, aquello no era normal. ¿Y Alicia? Debería estar en el
piso. Encendió las luces y comprobó que no estaba en los dormitorios. Zarandeó
a los dos chicos para que se despertasen, pero no lo consiguió. Los dejó y
llamó al móvil de Alicia.
Aquello
era muy extraño, demasiado. Encontrar a Pablo y Andrés allí no era algo que
estuviese planeado y no le agradó lo más mínimo. Además, ¿qué hacían allí
solos? La situación era muy rara, y la ausencia de Alicia no hizo más que
preocuparla. ¿Dónde estaba? ¿Qué estaba pasando? El silencio la ponía muy
nerviosa. Sólo se oía los movimientos adormilados de los chicos en el sofá. Sin
embargo, cuando la quietud se rompió se le heló la sangre y sintió cómo todos
los pelos de su cuerpo se le erizaban. El tono de llamada del teléfono de
Alicia empezó a sonar desde la cocina.
Tras
el susto inicial, lo que pensó fue que se le habría olvidado allí, no tendría
sentido que su amiga estuviese a una pared de distancia y no hubiese salido a
saludarla al escuchar la puerta abrirse. ¿No? Se dijo a sí misma que no sería
nada. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la puerta de la cocina estaba
cerrada. Marta estaba asustada y le costó armarse de valor para abrirla, pero
en ninguno de los casos se esperó encontrarse tras ella a su amiga tirada en el
suelo junto a un charco de sangre que parecía haber emanado de su cabeza.
Ahora
detente un momento a pensarlo. ¿Qué habrías hecho tú? Supongo que eres una
persona heroica y valiente que se habría acercado a Alicia para comprobar sus
constantes vitales, que habría llamado a una ambulancia, luego habría hecho
guardia en la cocina hasta la llegada de los servicios médicos y que en ningún
momento habría perdido la calma. Por desgracia, no eras tú quien estaba allí,
sino Marta. ¿Qué hizo ella?
Gritar
y salir corriendo.
Cuando
llegó abajo al portal y fue a salir tuvo la capacidad de discernir la
suficiente realidad como para no huir a lo largo de la calle pidiendo ayuda. En
lugar de eso, respiró profundamente y se dijo a si misma que Alicia sólo se habría
desmayado y que estaría sana y salva. Quién sabe, se dijo, a lo mejor había
estado bebiendo y no le había sentado bien. Sí, ya sé que no es algo muy
probable, pero a la chica le reconfortó pensar en ello. Encendió la luz de la
escalera y subió los peldaños de dos en dos. La luz de la cocina estaba
encendida y desde el pasillo se podía ver el cuerpo de Alicia. Muerta de miedo,
llamó al timbre del vecino. Le conocía de haberse cruzado con él unas cuantas
veces en la escalera. Aunque era tarde, el hombre salió con una sonrisa
preguntándole qué necesitaba. Ella, temblando por el pánico, le señaló el suelo
de la cocina, que se veía desde donde ellos estaban. Él, haciéndose cargo de la
situación, entró en la cocina y tras tomarle el pulso a Alicia le informó lo
que más temía: Estaba muerta. Después salió, quedándose en el umbral para
“no contaminar la escena”, según él mismo dijo. Desde ahí, marcó el número de
emergencias y vigiló a Andrés y Pablo, pero no había mucho que vigilar. Ambos
estaban demasiado ocupados por el efecto de las drogas como para moverse del sofá.
También salió su esposa, que les sirvió una taza de tila a Marta y a él. Este último estaba explicándole qué pasaba a emergencias. Según les dijo después a
ambas mujeres, la ambulancia iba a ir aunque no se pudiese hacer nada por
Alicia para certificar su muerte, y a la vez iría hacia el lugar la policía.
Cuando
llegaron las autoridades, el revuelo fue espantoso. Todo se arremolinó en torno
a Marta, cientos de palabras volaron a su alrededor, pero nada le importaba. No
podía ni quitarse de la cabeza el cadáver de Alicia ni parar de preguntarse qué
hacían allí Pablo y Andrés. Lo que no supo hasta unas horas después es que
debido a la oscuridad y los nervios no había visto que la sartén estaba
manchada de sangre.
Sangre
de Alicia.
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