domingo, 30 de noviembre de 2014

Vidas Cruzadas

Sólo pensó en correr.
Cuando una persona corre, puede ser por dos motivos: O persigue algo o huye. Puede que vaya detrás de una chica guapa, de un billete que ha visto en el suelo sin dueño o de un ladrón; pero también puede ser que escape de una chica fea, de una deuda o de un policía.
En este caso, el pequeño Álvaro, de apenas ocho años, se fugaba lo más rápido que podía del orfanato, persiguiendo la libertad.
No fue algo planeado, no llevaba meses buscando la forma de salir al exterior, fue más bien algo espontáneo. A la hora de la comida, vio que no había nadie vigilando la puerta del comedor, luego siguió por el pasillo y cuando cruzó el umbral de la salida nadie le detuvo. En cuanto se dio cuenta de que era libre, comenzó a correr, intentando dejar atrás esa cárcel que le privaba de sus sueños sin darse cuenta de que cuanto más corría, más y más solo se iba quedando.
Cuando paró y miró a su alrededor, ni siquiera sus recuerdos le sonaban familiares.
***
Pedro aquella mañana se encontró a sí mismo especialmente atractivo cuando se miró en el espejo. Cuarenta y seis años bien cumplidos y aún tenía ese toque de ambición que él siempre decía que se podía percibir en su mirada.
¿Ambición? Sí, y tanta. No había llegado al medio siglo de vida y ya había robado millones de euros tan sólo dedicándose a la política y aceptando sobresueldos. Como le admitía a su círculo más cercano de familiares y amigos, la corrupción, según él, era la recompensa a aquellos que sabían de qué iba la vida. Sin embargo, lo que no sabía era que se equivocaba, dado que ni todos los billetes del mundo pueden llenar una vida vacía.
Esa mañana salió de su casa y fue directo al banco para extraer de una cuenta bancaria el dinero acordado del último soborno, el cual metió en un sobre que puso en el bolsillo interior del chaquetón.
Al salir, y antes de dirigirse a la agencia de viajes para preparar unas vacaciones con su amante, se quitó el abrigo porque tenía calor sin acordarse de los billetes que había en él.
***
-Pues yo creo que te equivocas, Pedro.
Ambos ancianos estaban sentados a la sombra de su edificio, en unas sillas de plástico, tomándose una copa de vino y charlando animadamente sobre la vida.
-¿A qué te refieres, Juan?
Eran amigos desde hacía años, y eso se notaba. Jubilados desde hace mucho, les encantaba ocupar su tiempo sentados y hablando para ver cómo pasaban desconocidos y desconocidos frente a ellos por su calle, que era bastante transitada. Su mayor diversión era adivinar quiénes eran esas personas, adónde iban, qué querían… Es decir, darle rienda suelta a su imaginación.
-A ese hombre, no creo que sea feliz.
Se refería al cuarentón que acababa de pasar frente a sus ojos. Bien vestido, llevaba en una mano un maletín y de la otra estaba agarrado un niño que a todas luces parecía ser su hijo. Él sonreía, y su hijo también, por eso Pedro había dicho que ambos eran felices.
-¿Por qué lo dices?
-¿Te has fijado en su anillo?
-No, ¿Por qué?
-Porque no tenía.
Entonces Pedro pareció comprenderlo todo. Claro, pensó, si no tiene anillo es porque o está divorciado o bien no es feliz en su matrimonio. Si está divorciado pero aun así recoge a su hijo del colegio y ninguna mujer va con él significa que está solo y que fue la madre del chico la que lo dejó.
Y es que aunque aparentemos ser muy felices, a veces esa apariencia no es más que un escudo para que no nos hagan más daño.
Entonces, pasó una mujer de rojo paseando un perro vestido con una capa igualmente roja. Juan iba a hacer un comentario, pero se interrumpió porque, de repente, empezaron a caer del cielo pantalones, camisas y jerséis.
Estaba lloviendo ropa.
***
En realidad, aunque Juan y Pedro pensasen que las gotas de lluvia se habían transformado mágicamente en prendas de vestir, el suceso tenía una explicación completamente lógica.
En el tercer piso del edificio bajo la sombra del cual ambos ancianos disfrutaban de su mañana, vivían Natalia y Manuel. Llevaban viviendo juntos dos meses, tras haber estado seis de noviazgo, y lo que era amor y pasión acabó siendo peleas y discusiones que convirtieron su vida en un infierno. Para evitar sumirse en una depresión, Manuel buscó abrigo en unas camas que no eran la suya y Natalia acabó enterándose. ¿El resultado? La lluvia de ropa.
-¡Hijo de puta! ¡Me cago en tu puta madre, hijo de puta! ¡Vete de mi casa ahora mismo!
Eso gritaba Natalia mientras le señalaba a Manuel la puerta.
-¡También es mi casa! ¡No me puedes echar de mi casa!
Entonces Natalia se fue corriendo para su dormitorio. Él la siguió, y vio cómo, mientras le insultaba a gritos, empezaba a tirar sus cosas por la ventana.
-¡Que te vayas he dicho, coño!
Manuel la agarró y la empujó hacia la cama para detenerla.
Una vez en la cama, ella se hizo un ovillo y empezó a llorar.
Él, tras coger una maleta, salió a la calle para recoger los restos de su vida rezando para que no se hubiesen roto.
***
Álvaro, el chico de apenas ocho años recién fugado del orfanato, tenía frío. Andaba por la calle y se detenía en algunas esquinas para apretarse contra sí mismo, como intentando infundirse calor con su propio cuerpo. Tenía miedo. No sabía a dónde ir, no sabía qué hacer ni en quién confiar. Estaba solo.
-Hijo, ¿Te has perdido?
Álvaro, sobresaltado, ni siquiera se dio la vuelta para ver quién había hablado. Salió corriendo, asustado como si no supiese hacer otra cosa. Sólo miraba el suelo, como si nada más le importase, pero acabó chocando con algo que lo detuvo en seco.
Y es que si caminamos mirando el suelo, no tropezamos con nada, pero no vemos con quién nos chocamos.
Era un hombre que tenía cuarenta y seis años bien cumplidos, con aire importante, que llevaba un abrigo en la mano. Ambos cayeron al suelo por la fuerza del golpe, y el chaquetón salió despedido.
-¡¿Qué cojones haces?! ¡Ten cuidado por dónde vas, imbécil!
Ni siquiera se fijó en el niño que estaba en el suelo agarrándose las rodillas con las manos, acurrucado. Cogió el chaquetón del suelo y siguió su camino, sin fijarse en que el suelo estaba lleno de ropa.
Viendo la escena estaban Pedro y Juan, dos ancianos que aún seguían sorprendidos por la lluvia de ropa. Ambos se levantaron y fueron a socorrer al niño.
-¿Estás bien, chico?
Él, que tan sólo llevaba una camiseta de mangas cortas y estaba acostumbrado al aire acondicionado del orfanato, les miró suplicante.
-Fr-fr-fr-frío.
Pedro cogió uno de los chaquetones que había en el suelo y se lo puso por encima al niño justo en el momento en el que el dueño de toda esa ropa llegaba con una maleta y empezaba a recogerla.
Al ver la escena de los dos ancianos agachados junto al niño y el abrigo que éste último llevaba, se acercó a ellos.
-Chico, dame mi chaquetón.
Los viejos se giraron indignados hacia él.
-¿Pero qué dice hombre? ¿No ve cómo está el chico?
Pero Manuel, que después de lo que acababa de pasar estaba rozando la histeria, gritó:
-¡¡He dicho que me des mi puto chaquetón!!
El niño, presa del pánico, se acurrucó aún más sobre sí mismo. Uno de los ancianos, levantó al chico en volandas, le puso de pie, lo agarró por los hombros y le dijo al oído:
-Corre, hijo, corre.
Entonces el niño, como si no supiese hacer otra cosa, corrió y corrió, sin mirar atrás mientras Manuel le gritaba que regresase inmediatamente –pero, obviamente, con unos modales mucho más bruscos.
Mientras todo esto sucedía; mientras Álvaro corría, Manuel gritaba, los ancianos intentaban calmar a Manuel y Natalia seguía llorando en su cama; un hombre con aires de superioridad, con cuarenta y seis años bien cumplidos, rebuscaba en los bolsillos de su abrigo sin encontrar el sobre con el dinero.

Quizás, si tras el choque con el chico se hubiese acercado a ver cómo estaba el niño y no hubiese salido lo más rápido posible del lugar increpándole al crío, se habría dado cuenta de que había recogido un chaquetón igual que el suyo pero que en realidad no era el suyo. Su verdadero abrigo era el que llevaba puesto Álvaro, el chico contra el que colisionó, mientras corría más y más rápido hacia un lugar seguro.

2 comentarios:

  1. Hoy te comento por aquí y no por twitter . Me parece interesante el desconcierto que da al principio tal número de personajes , pero , no sé si es porque ya te he leído más veces o por qué , pero el final me parecía predecible. Creo que puedes usar estar relaciones a lo largo de una historia más larga , relaciones muchos mas enrevesadas. Te recomiendo ver Predestination para que te hagas una idea de lo que quiero decir.

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    1. En mi lista de ideas está desarollar este tipo de historias. Esto es un simple borrador de lo que pienso hacer en un futuro.
      Gracias por tu comentario, como bien sabes, siempre es bien recibido.
      La veré, un abrazo

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