Sólo
pensó en correr.
Cuando
una persona corre, puede ser por dos motivos: O persigue algo o huye. Puede que
vaya detrás de una chica guapa, de un billete que ha visto en el suelo sin dueño
o de un ladrón; pero también puede ser que escape de una chica fea, de una
deuda o de un policía.
En
este caso, el pequeño Álvaro, de apenas ocho años, se fugaba lo más rápido que
podía del orfanato, persiguiendo la libertad.
No
fue algo planeado, no llevaba meses buscando la forma de salir al exterior, fue
más bien algo espontáneo. A la hora de la comida, vio que no había nadie
vigilando la puerta del comedor, luego siguió por el pasillo y cuando cruzó el
umbral de la salida nadie le detuvo. En cuanto se dio cuenta de que era libre,
comenzó a correr, intentando dejar atrás esa cárcel que le privaba de sus
sueños sin darse cuenta de que cuanto más corría, más y más solo se iba
quedando.
Cuando
paró y miró a su alrededor, ni siquiera sus recuerdos le sonaban familiares.
***
Pedro
aquella mañana se encontró a sí mismo especialmente atractivo cuando se miró en
el espejo. Cuarenta y seis años bien cumplidos y aún tenía ese toque de
ambición que él siempre decía que se podía percibir en su mirada.
¿Ambición?
Sí, y tanta. No había llegado al medio siglo de vida y ya había robado millones
de euros tan sólo dedicándose a la política y aceptando sobresueldos. Como le
admitía a su círculo más cercano de familiares y amigos, la corrupción, según
él, era la recompensa a aquellos que sabían de qué iba la vida. Sin embargo, lo
que no sabía era que se equivocaba, dado que ni todos los billetes del mundo
pueden llenar una vida vacía.
Esa
mañana salió de su casa y fue directo al banco para extraer de una cuenta
bancaria el dinero acordado del último soborno, el cual metió en un sobre que puso
en el bolsillo interior del chaquetón.
Al
salir, y antes de dirigirse a la agencia de viajes para preparar unas
vacaciones con su amante, se quitó el abrigo porque tenía calor sin acordarse
de los billetes que había en él.
***
-Pues
yo creo que te equivocas, Pedro.
Ambos
ancianos estaban sentados a la sombra de su edificio, en unas sillas de
plástico, tomándose una copa de vino y charlando animadamente sobre la vida.
-¿A
qué te refieres, Juan?
Eran
amigos desde hacía años, y eso se notaba. Jubilados desde hace mucho, les
encantaba ocupar su tiempo sentados y hablando para ver cómo pasaban
desconocidos y desconocidos frente a ellos por su calle, que era bastante
transitada. Su mayor diversión era adivinar quiénes eran esas personas, adónde
iban, qué querían… Es decir, darle rienda suelta a su imaginación.
-A
ese hombre, no creo que sea feliz.
Se
refería al cuarentón que acababa de pasar frente a sus ojos. Bien vestido,
llevaba en una mano un maletín y de la otra estaba agarrado un niño que a todas
luces parecía ser su hijo. Él sonreía, y su hijo también, por eso Pedro había
dicho que ambos eran felices.
-¿Por
qué lo dices?
-¿Te
has fijado en su anillo?
-No,
¿Por qué?
-Porque
no tenía.
Entonces
Pedro pareció comprenderlo todo. Claro, pensó, si no tiene anillo es porque o
está divorciado o bien no es feliz en su matrimonio. Si está divorciado pero
aun así recoge a su hijo del colegio y ninguna mujer va con él significa que
está solo y que fue la madre del chico la que lo dejó.
Y
es que aunque aparentemos ser muy felices, a veces esa apariencia no es más que
un escudo para que no nos hagan más daño.
Entonces,
pasó una mujer de rojo paseando un perro vestido con una capa igualmente roja.
Juan iba a hacer un comentario, pero se interrumpió porque, de repente,
empezaron a caer del cielo pantalones, camisas y jerséis.
Estaba
lloviendo ropa.
***
En
realidad, aunque Juan y Pedro pensasen que las gotas de lluvia se habían
transformado mágicamente en prendas de vestir, el suceso tenía una explicación
completamente lógica.
En
el tercer piso del edificio bajo la sombra del cual ambos ancianos disfrutaban
de su mañana, vivían Natalia y Manuel. Llevaban viviendo juntos dos meses, tras
haber estado seis de noviazgo, y lo que era amor y pasión acabó siendo peleas y
discusiones que convirtieron su vida en un infierno. Para evitar sumirse en una
depresión, Manuel buscó abrigo en unas camas que no eran la suya y Natalia
acabó enterándose. ¿El resultado? La lluvia de ropa.
-¡Hijo
de puta! ¡Me cago en tu puta madre, hijo de puta! ¡Vete de mi casa ahora mismo!
Eso
gritaba Natalia mientras le señalaba a Manuel la puerta.
-¡También
es mi casa! ¡No me puedes echar de mi casa!
Entonces
Natalia se fue corriendo para su dormitorio. Él la siguió, y vio cómo, mientras
le insultaba a gritos, empezaba a tirar sus cosas por la ventana.
-¡Que
te vayas he dicho, coño!
Manuel
la agarró y la empujó hacia la cama para detenerla.
Una
vez en la cama, ella se hizo un ovillo y empezó a llorar.
Él,
tras coger una maleta, salió a la calle para recoger los restos de su vida
rezando para que no se hubiesen roto.
***
Álvaro,
el chico de apenas ocho años recién fugado del orfanato, tenía frío. Andaba por
la calle y se detenía en algunas esquinas para apretarse contra sí mismo, como
intentando infundirse calor con su propio cuerpo. Tenía miedo. No sabía a dónde
ir, no sabía qué hacer ni en quién confiar. Estaba solo.
-Hijo,
¿Te has perdido?
Álvaro,
sobresaltado, ni siquiera se dio la vuelta para ver quién había hablado. Salió
corriendo, asustado como si no supiese hacer otra cosa. Sólo miraba el suelo,
como si nada más le importase, pero acabó chocando con algo que lo detuvo en
seco.
Y
es que si caminamos mirando el suelo, no tropezamos con nada, pero no vemos con
quién nos chocamos.
Era
un hombre que tenía cuarenta y seis años bien cumplidos, con aire importante, que
llevaba un abrigo en la mano. Ambos cayeron al suelo por la fuerza del golpe, y
el chaquetón salió despedido.
-¡¿Qué
cojones haces?! ¡Ten cuidado por dónde vas, imbécil!
Ni
siquiera se fijó en el niño que estaba en el suelo agarrándose las rodillas con
las manos, acurrucado. Cogió el chaquetón del suelo y siguió su camino, sin
fijarse en que el suelo estaba lleno de ropa.
Viendo
la escena estaban Pedro y Juan, dos ancianos que aún seguían sorprendidos por
la lluvia de ropa. Ambos se levantaron y fueron a socorrer al niño.
-¿Estás
bien, chico?
Él,
que tan sólo llevaba una camiseta de mangas cortas y estaba acostumbrado al
aire acondicionado del orfanato, les miró suplicante.
-Fr-fr-fr-frío.
Pedro
cogió uno de los chaquetones que había en el suelo y se lo puso por encima al
niño justo en el momento en el que el dueño de toda esa ropa llegaba con una
maleta y empezaba a recogerla.
Al
ver la escena de los dos ancianos agachados junto al niño y el abrigo que éste
último llevaba, se acercó a ellos.
-Chico,
dame mi chaquetón.
Los
viejos se giraron indignados hacia él.
-¿Pero
qué dice hombre? ¿No ve cómo está el chico?
Pero
Manuel, que después de lo que acababa de pasar estaba rozando la histeria,
gritó:
-¡¡He
dicho que me des mi puto chaquetón!!
El
niño, presa del pánico, se acurrucó aún más sobre sí mismo. Uno de los
ancianos, levantó al chico en volandas, le puso de pie, lo agarró por los
hombros y le dijo al oído:
-Corre,
hijo, corre.
Entonces
el niño, como si no supiese hacer otra cosa, corrió y corrió, sin mirar atrás
mientras Manuel le gritaba que regresase inmediatamente –pero, obviamente, con
unos modales mucho más bruscos.
Mientras
todo esto sucedía; mientras Álvaro corría, Manuel gritaba, los ancianos intentaban
calmar a Manuel y Natalia seguía llorando en su cama; un hombre con aires de
superioridad, con cuarenta y seis años bien cumplidos, rebuscaba en los
bolsillos de su abrigo sin encontrar el sobre con el dinero.
Quizás,
si tras el choque con el chico se hubiese acercado a ver cómo estaba el niño y
no hubiese salido lo más rápido posible del lugar increpándole al crío, se
habría dado cuenta de que había recogido un chaquetón igual que el suyo pero
que en realidad no era el suyo. Su verdadero abrigo era el que llevaba puesto
Álvaro, el chico contra el que colisionó, mientras corría más y más rápido
hacia un lugar seguro.
Hoy te comento por aquí y no por twitter . Me parece interesante el desconcierto que da al principio tal número de personajes , pero , no sé si es porque ya te he leído más veces o por qué , pero el final me parecía predecible. Creo que puedes usar estar relaciones a lo largo de una historia más larga , relaciones muchos mas enrevesadas. Te recomiendo ver Predestination para que te hagas una idea de lo que quiero decir.
ResponderEliminarEn mi lista de ideas está desarollar este tipo de historias. Esto es un simple borrador de lo que pienso hacer en un futuro.
EliminarGracias por tu comentario, como bien sabes, siempre es bien recibido.
La veré, un abrazo