lunes, 16 de mayo de 2016

Eclipse de mar

“Lo mejor de mí nunca fue mío”.

-Khan (@KhanDobleL)


La primera frase de este relato es de una canción de Joaquín Sabina, que también se llama “Eclipse de mar”. Os la recomiendo. Y antes de que lo preguntéis, no. No son hechos reales. Concha Romero no existe. Espero que os guste, un abrazo.

En mi coche. Jerez. 13 de Mayo. Fotografía por Loli Soto.


Eclipse de mar

Hoy dice el periódico que ha muerto una mujer que conocí.

También habla de política, de las medidas económicas que ha aprobado la unión europea, del partido de fútbol de anoche y del descenso de las temperaturas. Sin embargo, no habla de ese recuerdo que, dentro de mi cabeza, se ha llenado de vida al ver su nombre en las esquelas. Qué irónico, ¿No?
No, no fue mi novia. Te ha faltado tiempo para imaginarte eso, lo sé. Tampoco me gustaba, ni estaba enamorado de ella. En realidad, ni siquiera me caía bien. No deseé en ningún momento su muerte, eso está claro, pero sí que la insulté a sus espaldas en más de una ocasión.
Fue mi profesora cuando yo era un adolescente.
Llevaba un rato intentando recordar qué asignatura me impartió y en qué curso, pero al final no he conseguido rememorarlo. A pesar de que tuve que estar en su presencia horas y horas a la semana durante todo un año, no he sido capaz. No sé ni por qué ese nombre me ha llamado la atención, pero estaba casi seguro de que era ella. Al final ante la duda, he buscado su nombre en Internet, y ahí estaba su foto. Era ella. Profesora de Matemáticas. Concha Romano.
Viéndola en la pantalla de mi teléfono, me han venido a la mente un conjunto de imágenes que de manera inconsciente asocio: Una pizarra llena de números, granos, chicas, amigos, expresiones horteras y un cúmulo de risas. No me importaba nada, y a la vez todo me parecía un mundo. Creía que era especial y que nadie era como yo, pero todos los que estaban a mi alrededor tenían la misma impresión. Aquello me ha llevado a evocar las caras de mis compañeros. ¿Cómo habrán terminado? No fue hace tantos años, quizá diez. Ya deberían haber acabado la carrera. Yo por ejemplo, estoy ahora mismo con el trabajo de fin de grado. ¿Dónde habrán acabado aquellos enanos con los que jugaba al fútbol en el recreo? ¿Y aquellas niñas a las que veía alejarse de mí por los pasillos? ¿Qué estarán haciendo con sus vidas ahora? ¿Serán felices?
Pero no es eso lo que quiero contarte. No hoy. Lo que me lleva a escribir esto es la historia que nos contó una vez en clase. Una de las muchas que soltó, dado que entre operaciones matemáticas nos contó su vida, además de otras cosas que no venían mucho al caso.
-Yo siempre he querido hacer una película.
Eso dijo mientras se sacudía las manos entre sí para quitar la tiza de sus dedos. Nosotros, que aún copiábamos el problema que acababa de resolver en la pizarra, no dijimos nada.
-Lo tengo todo pensado. El guion está aquí –se señaló la sien –en mi cabeza. Pero no os lo voy a contar, no vaya a ser que me lo copiéis.
Justo en ese momento, algunos de los que escribíamos más rápido levantamos la cabeza del cuaderno y la vimos mirando a la nada. Bueno, eso no es del todo cierto, dado que siempre se mira algo –aunque sean los párpados, cuando los ojos están cerrados -. Total me corrijo, la vimos mirando el suelo, embobada. Cuando levantó la cabeza, se percató de que estábamos observándola y recuperó la compostura. Se quedó esperando a que los demás alumnos terminasen de copiar, decaída, pensando que ese sería otro sueño que nunca se cumpliría. Otro sueño roto que no le importaba a nadie. Sin embargo, el gracioso de la clase no se hizo de rogar.
-¿Podría contarnos algo del argumento? Ahora nos ha dejado con la curiosidad.
Entonces algo se encendió dentro de Concha. No era muy mayor, si acaso tendría cuarenta y tantos, no creo que llegase a los cincuenta. Al escuchar la pregunta, algo saltó de ella como un resorte y comenzó a contarnos.
-Mirad, no podéis decirlo por ahí, pero es una historia de amor. Y como en todas las historias de amor, surgen pasiones. En este caso, fuera del matrimonio.
Dejó un segundo de suspense, como buscando nuestro asombro. Al ver que no nos inmutábamos, continuó.
-Una de las escenas tiene lugar en el salón de la casa de la pareja. Habían montado una fiestecilla con los amigos y él se enteró de que su mujer le engañaba con uno de sus amigos. Entonces –pegó un salto hacia delante que nos sobresaltó e hizo con los dedos la forma de una pistola –cogió el viejo revólver que guardaba en su dormitorio y bajó corriendo al salón donde estaba todo el mundo. Comenzó a gritar al amante de su esposa, un amigo íntimo de ambos, apuntándole con el arma. Estaba muy nervioso y borracho, todo el mundo lo notó, y se hizo un cerco en torno a los que hasta hace un instante eran buenos amigos. Estaban todos aterrorizados. El amante, asustado pero algo bebido, no se descompuso:
“-Vamos, Manuel, no vayas a hacer ninguna tontería.
-¡Te mato! ¡Te juro que te mato!”
La clase entera estaba tensa, esperando atenta el final, viendo a su profesora cambiar su tono de voz dependiendo de qué personaje hablara. Se había olvidado de las matemáticas, del tiempo de clase que perdían y de las posibles bromas que pudiese generar la situación. Sólo querían saber cómo terminaba aquella historia. Concha, siendo consciente del éxito que estaba generando, se metió aún más en la escena.
-Lejos de asustarse, el amante se acercó a él hasta tal punto que su frente tocó el frío cañón de la pistola. “Mátame. Vamos, aprieta el gatillo. ¿Podrías vivir con eso?”, le dijo. Empujó su cabeza contra el arma de él, pero la mano que la sostenía no estaba firme y ésta retrocedió. El tal Manuel estaba loco, fuera de sí, totalmente alcoholizado. Tras unos segundos en tensión, dejó caer la pistola en el suelo y salió corriendo.
Toda la clase respiró aliviada, pero Concha aún no había terminado su reflexión.
-Lo curioso sucedió cuando el marido se fue. Todos los amigos del amante, que se habían asustado y alejado cuando el arma entró en el salón, corrieron a abrazarle y a preguntarle cómo estaba. Todos esos amigos que, al ver el peligro cerca, se alejaron, corrieron de vuelta cuando éste pasó. Que mucho jiji y jaja, pero cuando hay problemas de verdad, estás solo.
La clase se quedó de piedra.
-Bueno, ahora qué problema toca, ¿El cuarenta?
-Profesora, ¿Puedo ir al servicio?
-Sí, pero date prisa.
Y eso fue todo.
Sé que quizás te esperabas algo más trágico o romántico, pero eso ha sido lo que se me ha venido a la cabeza cuando he visto su nombre en la esquela del periódico esta mañana. Es la única historia, de todas las que contó, que no he olvidado. No sé si consiguió cumplir su sueño, pero en Internet no pone nada al respecto. Podrá parecer una tontería, pero me ha parecido buena idea contaros esa escena que compartió con su clase. Sé que este texto nunca será una película, pero a veces con los detalles más tontos se cumplen los sueños más grandes.
¿No?

No hay comentarios:

Publicar un comentario